Es mediodía en el ajetreado corazón comercial de Buenos Aires y ni un cliente entró aún en la zapatería; sin embargo, en los negocios vecinos de compra de oro hacen fila para liquidar ‘las joyas de la abuela’ como última carta para afrontar la crisis.
“Los afectos quedan de lado cuando te tapan las deudas”, explica a la AFP Mariana, que cambió por dinero en efectivo el reloj que su abuelo le había obsequiado a su padre cuando se graduó.
A los 63 años, su jubilación como empleada judicial no le alcanza para cubrir gastos básicos carcomida por una inflación de casi 300% interanual.
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El dinero que recibió por el reloj, suma que prefirió no develar igual que su apellido, será destinado a cubrir “deudas de expensas (gastos de vivienda) y varias cuotas atrasadas de la (medicina) prepaga”.
La historia de Mariana es la de cientos que acuden cada día a El Tasador, una de las principales casas de compra-venta de joyas de Buenos Aires, situada en pleno centro porteño, donde abundan los carteles “compro oro”.
En su sala con aires art decó unos diez clientes aguardan para vender. “Ha habido muchísimas personas últimamente, creo que por lo que está pasando en el país, personas que quizás tenían piezas que no pensaban vender y deciden hacerlo porque no llegan a fin de mes”, dice a la AFP Natalia, uno de los cuatro tasadores de la casa.
Solo en este lugar se realizan unas 300 operaciones diarias, el triple de las que hacían hasta el año pasado.
“A partir de enero empezó a aumentar la gente que llega a nuestro salón. Hemos ampliado capacidad y horarios porque no damos abasto”, refiere Natalia, que resguarda su apellido “por seguridad”.
En los canales de televisión hay al menos cinco shows de tasaciones auspiciados por las principales joyerías, parte del marketing del rubro donde hay fuerte competencia.
Síndrome de colchón vacío
A medida que el ajuste económico vació los bolsillos, los argentinos fueron liquidando ‘los dólares del colchón’, como popularmente se refiere a los ahorros en divisas que atesoran en sus casas, un clásico en este país acostumbrado a convivir con alta inflación y desconfiado de la banca tradicional.
Vaciado el colchón, recurren al alhajero en medio de una fuerte recesión económica, desplome del consumo, miles de despidos y aumentos de tarifas en los servicios esenciales.
Daniel, un contador público de 56 años y sin empleo, entra a varios locales para tasar un llavero de plata, pero se va desencantando, apenas le ofrecen lo que cuesta, un boleto de metro. “La situación es difícil, la vida en Argentina es carísima”, dice.
“Es un entrar constante de clientes, todos para vender, nadie compra un anillo”, señala Carlos, el encargado de una pequeña joyería. “Traen a tasar lo que sea, sobre todo a fin de mes, cuando llegan las cuentas”. Lo más usual es la venta de pequeñas piezas en oro.
“El clásico es la alianza (anillo de bodas), pero también traen joyas victorianas, de la ‘belle époque’ que vienen de abuelos y tatarabuelos, piezas únicas”, dice Natalia, gemóloga y experta en el arte de ponderar quilates.
A su local, vecino de la transitada terminal ferroviaria de Once, acuden clientes de todas las clases sociales. En Argentina, y pese a que casi la mitad de la población es pobre, no es raro que incluso las familias humildes atesoren alguna joya de oro.
“En los años 1970 la gente podía acceder al oro, cualquiera podía tener un anillo, los hombres usaban gemelos y trabas de corbata de oro, a las mujeres les regalaban relojes de oro cuando cumplían 15 años, era muy accesible”, remarca la tasadora.
Pero hace tiempo que dejó de ser habitual el uso de esas piezas por cuestiones de seguridad. Eso, sumado a los apremios económicos, refuerza la voluntad de venta.
“Siempre se vendió oro, lo que cambió es el fin por el cual se vende”, remarcó Natalia. “Antes era para refaccionar una casa, comprar un auto, hacer una fiesta y hoy es porque ‘no llego a fin de mes’, ‘los servicios me han aumentado’ o ‘me quedé sin trabajo’”.
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