A poco de completar sus primeros cien días como presidente de Argentina, Javier Milei se está beneficiando de algunas noticias positivas en el frente económico, aunque aún le falte mostrar mucha afinidad por la siempre complicada política argentina. Su Gobierno enfrenta un momento clave en los próximos tres meses y sería mejor que por un rato moderara sus posiciones de libertario antisistema y asegurara un apoyo político más amplio para aquellas políticas que lo precisan.
Para entender las razones de esto, miremos primero los números: la terapia de choque implementada por Milei y su zar económico, Luis Caputo, inmediatamente después de la toma de posesión del 10 de diciembre, está ya dando algunos resultados.
En un contexto de severa recesión, la inflación se está desacelerando (los precios de febrero aumentaron un 13.2% en términos mensuales en comparación con el 25.5% en diciembre), mientras que las reservas extranjeras crecieron en más de US$ 7,000 millones a pesar de los pagos de la deuda.
También se han recuperado los depósitos en cuentas bancarias locales denominadas en dólares. La semana pasada, el diferencial soberano de Argentina (una medida de riesgo país) cayó al nivel más bajo en más de dos años y el país recibió el respaldo entusiasta del Fondo Monetario Internacional, su mayor acreedor.
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El tipo de cambio (históricamente el indicador clave de la economía argentina) se ha apreciado recientemente en los mercados paralelos y ahora cotiza apenas entre un 15% y un 20% por encima del peso oficial, lo que abre la puerta a que las autoridades consideren unificar el mercado de divisas. Como han argumentado economistas locales, es hora de empezar a desmantelar los controles cambiarios bizantinos que han ahogado a Argentina durante mucho tiempo.
“Hay luz al final del túnel”, dijo con confianza Milei la semana pasada, prometiendo que la inflación “se va a empezar a desplomar”.
Sin embargo, la otra cara de los profundos recortes en el gasto público del Gobierno es un cuasicolapso de la actividad económica: la producción industrial cayó más del 12% interanual en enero y la construcción retrocedió aún más.
Al mismo tiempo, la apreciación del peso paralelo en un contexto de alta inflación está provocando una pérdida de competitividad, y Argentina se está encareciendo rápidamente si se mide en dólares. El resultado se traduce en especulación de que pronto será inevitable una nueva devaluación, lo que revertiría cualquier avance en la lucha contra la inflación.
“Nuestro escenario base supone una corrección del esquema cambiario en mayo”, señaló en un informe reciente la consultora Equilibra, con sede en Buenos Aires. Las medidas adoptadas el lunes por la noche por el banco central del país pueden verse como un intento de controlar esta apreciación.
La apuesta del Gobierno es que, para el segundo trimestre, una buena cosecha en las productivas tierras agrícolas de Argentina estimule un repunte de la actividad que ayude a contener parte del descontento social producido por las medidas. Esa apuesta, por supuesto, tiene riesgos inherentes.
Hasta ahora, la aprobación pública de Milei se ha mantenido prácticamente intacta, y los argentinos siguen valorando su espíritu radical y reconociendo que necesita tiempo para que sus políticas surtan efecto. Pero eso podría cambiar rápidamente.
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Incluso el combativo Milei debe saber que la paciencia con los nuevos Gobiernos tiene fecha de vencimiento si no se observan mejoras económicas. Después de todo, sus predecesores también gozaron de unos meses de luna de miel en medio de renovadas expectativas, y terminaron al poco tiempo viendo una rápida caída en la confianza pública.
Para conservar el apoyo popular y escapar de una suerte similar, el Gobierno tiene que usar bien sus cartas. Ahí es donde entra en juego la política: Milei debe “cuadrar” un círculo complejo, logrando un grado de gobernabilidad que sustente sus ambiciosas reformas sin perder su atractivo político como outsider.
Después del intento fallido y traumático por aprobar al principio de su mandato la llamada ley Bases en el Congreso, que contenía cambios radicales en múltiples áreas, Milei sorprendió al ofrecer el 1 de marzo un pacto a los líderes de la oposición argentina y a los poderosos gobernadores provinciales basado en 10 puntos clave: desde lograr el equilibrio fiscal hasta reformas impositivas y laborales, más un nuevo acuerdo para distribuir los ingresos entre los diferentes niveles del Estado.
Si todo sale bien, el pacto se firmará en la provincia de Córdoba el 25 de mayo. Milei debería esforzarse mucho para sellar ese acuerdo aunque ya bajó las expectativas al decir que “no tiene muchas esperanzas” de que la oposición acepte sus términos. Ya sabemos que los sectores más hostiles del peronismo —incluido el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof— no serán receptivos. Pero incluso un acuerdo diluido le dará a su Gobierno la fortaleza política que necesita desesperadamente, e infundirá algo de orden también en el frente fiscal.
Más allá de sus excentricidades, Milei propone un camino a seguir que podría aglutinar una mayoría política: eliminar el déficit fiscal permitirá que la economía se estabilice, lo que eventualmente conducirá a recortes de impuestos y mejorará el clima empresarial de Argentina.
Por supuesto, como vimos con la ley Bases anteriormente este año, este nuevo intento de consenso bien podría colapsar a mitad de camino. En cualquier momento, la exestrella de televisión puede verse tentado a actuar por su cuenta, avivando su retórica antagónica contra “la casta” y apostando solo por su capacidad para revertir la economía. Así lo dijo al Financial Times en una entrevista publicada el 28 de febrero, donde aseguró que estaba listo para saltarse al Congreso e implementar su plan radical a través de poderes presidenciales.
Eso sería un error. Ningún plan económico será viable sin un nivel mínimo de gobernabilidad y suficiente fuerza política para implementarlo; hasta el FMI lo sabe.
Afortunadamente, la oferta de pacto de Milei sucedió apenas dos días después de su particular entrevista con el Financial Times, prueba de que el presidente ladra pero no muerde. El desprecio (real o fingido) hacia el establishment argentino es el ingrediente no tan secreto en la fórmula de éxito de Milei, por lo que sería una tontería abandonarlo.
Al mismo tiempo, no puede darse el lujo de seguir cometiendo errores de novato, como cuestionar públicamente un aumento salarial ante los legisladores antes de revelar que su propio salario aumentó un 48%. ¡Uy!
Milei puede quejarse de “los políticos basura que tenemos” todo lo que quiera, pero la realidad es que al menos hasta las elecciones de mitad de período del próximo año, su partido tiene apenas un puñado de legisladores, la mayoría de los cuales son novatos en el Congreso. Está atrapado en este conjunto de opciones políticas, por lo que debería aprovecharlas al máximo. Después de todo, sabemos lo que le sucede a quienes eligen el hierro como arma para matar.
Por Juan Pablo Spinetto
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