Por Amanda Little
Una nueva variedad de trigo resistente a las sequías ayuda a aclarar los hechos sobre los organismos genéticamente modificados (OGM), una tecnología de fitomejoramiento que durante mucho tiempo se ha considerado que no va de la mano con la agricultura sostenible, pero que puede ser esencial para el futuro de la misma.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) determinó hace poco que el trigo “HB4″, desarrollado por la empresa argentina Bioceres, es seguro para el consumo humano, acercando esta nueva variedad al desarrollo comercial en Estados Unidos.
El HB4 ya ha sido aprobado para la producción en Argentina y Australia, pero aún requiere la aprobación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos —la cual es probable; se están esperando las revisiones del impacto ambiental del cultivo—.
Este sería un hito agrícola por dos razones clave: primero, mientras que la mayoría de los cultivos transgénicos que ahora se cultivan en EE.UU. se utilizan para la alimentación del ganado o en derivados como el jarabe de maíz, los humanos consumirían directamente el HB4. En segundo lugar, sería el primer cultivo alimentario significativo diseñado para ser tolerante a la sequía.
Es difícil subestimar la importancia de un cultivo que puede soportar mejor el inigualable tipo de sequía y calor que devasta los cultivos desde el oeste de Estados Unidos hasta Italia y Somalia. Basta con preguntarle a India, que recientemente prohibió la mayoría de las exportaciones de trigo para preservar suministros adecuados para su propia población, lo que empeoró una escasez mundial ya crítica por la guerra que desató Rusia contra Ucrania.
No obstante, muchos consumidores e inversionistas, especialmente aquellos que no forman parte de los 53 millones de estadounidenses con inseguridad alimentaria que actualmente dependen de los bancos de alimentos para sobrevivir, siguen siendo escépticos sobre el valor y la seguridad del trigo transgénico.
Lo entiendo, he sido de las personas que se espantan ante la perspectiva de comer pan modificado genéticamente, o cualquier cosa transgénica, en realidad. Pero cuando analicé la base científica de mis preocupaciones, descubrí que no hay ninguna.
Durante décadas, el consumo humano de organismos transgénicos ha inspirado un temor inconcebible en los consumidores porque pocos de nosotros entendemos la técnica —que utiliza fragmentos de ADN de otras plantas, animales o incluso bacterias para crear los rasgos deseados en los cultivos—.
Los críticos han planteado falsas preocupaciones que van desde el cáncer y las alergias hasta la pérdida del valor nutricional de los alimentos transgénicos. A otros les preocupa que la genética modificada escape a la naturaleza y cause estragos en los ecosistemas. Muchos desconfían de las grandes empresas agrícolas que crean nuevos cultivos transgénicos para priorizar la seguridad humana sobre las ganancias. Como resultado, los alimentos transgénicos han sido prohibidos en gran medida en Europa y gran parte de África.
Pero no hay evidencia que demuestre que los OGM perjudican la salud humana. En realidad, todas las principales organizaciones científicas, incluida la National Academy of Sciences y la Organización Mundial de la Salud, han avalado la seguridad de esta tecnología de fitomejoramiento.
Y si bien los cultivos transgénicos pueden causar “cambios genéticos” en los campos cercanos, se pueden tomar medidas para evitarlo. Los consumidores deben comprender que los transgénicos no son intrínsecamente peligrosos para la salud humana o el medio ambiente más de lo que un televisor perjudica intrínsecamente nuestra inteligencia. El fitomejoramiento es simplemente una plataforma tecnológica: el peligro o el beneficio radica en cómo se aplica.
Venimos alterando el ADN de las plantas hace milenios, seleccionando y cultivando granos cada vez más grandes y suaves, vegetales menos amargos y frutas más dulces. Antes de los transgénicos, esos rasgos se adquirían cruzando especies de plantas iguales o similares. Los OGM amplían drásticamente las posibilidades al extraer de diferentes organismos y producir resultados rápidos.
En lugar de tomar una década o más con los métodos de mejoramiento convencionales, las herramientas de edición de genes pueden producir nuevas variedades de plantas en dos o tres años. Las herramientas de edición de genes como Crispr, que pueden “borrar” rasgos no deseados en un genoma, pueden producir resultados aún más rápidos y asequibles.
Uno de los rasgos más beneficiosos integrados en los cultivos comerciales hoy en día se deriva de una bacteria común del suelo llamada Bacillus thuringiensis (o Bt), que permite que la planta produzca sus propios insecticidas internos que son benignos para los humanos.
El desarrollo del maíz integrado con Bt, que ahora se cultiva en todo el mundo, y las berenjenas integradas con Bt cultivadas en Bangladesh, han reducido significativamente las fumigaciones con pesticidas químicos, ahorrando dinero a los agricultores y mejorando la salud del suelo.
Para desarrollar su trigo resistente a la sequía, los científicos de Bioceres agregaron material genético de un girasol que determina cómo la planta utiliza la humedad que canaliza y almacena. Descubierto por la científica argentina Raquel Chan, el HB4 se encuentra entre los genes del girasol que rigen la eficiencia del agua. Después de que los experimentos de laboratorio de Chan y su equipo demostraron que los cultivos, incluida la soja, podían prosperar en condiciones cálidas y secas con riegos poco frecuentes, Bioceres patentó el gen.
La empresa informa que, en pruebas de campo, su variedad de trigo transgénico ha aumentado los rendimientos en un promedio del 20% en condiciones de acceso limitado a agua.
Estos números deben ser corroborados por un análisis independiente y se necesita realizar mucha más investigación para identificar otros genes que puedan ayudar a los cultivos alimentarios a conferir tolerancia a la sequía. Pero este progreso ofrece alguna esperanza a millones de agricultores en todo el mundo que enfrentan condiciones del tiempo difíciles que solo empeorarán para volverse más calurosas y secas.
La historia nos ha mostrado las consecuencias de la ingeniería genética en la agricultura cuando su aplicación falla. Las semillas Roundup Ready de Monsanto —que se ha convertido casi en sinónimo de OGM— contenían una genética que las hacía inmunes a los químicos que matan prácticamente a cualquier otro tipo de planta.
Estas plantas tolerantes a los herbicidas ahora representan el 90% de todo el maíz, el algodón y la soja en Estados Unidos, y muchos de los productos han fracasado, resultando en la aparición de “supermalezas” resistentes a los químicos y que requieren el uso de más fumigaciones que sean más fuertes para matar las malezas.
Esa es la preocupación que tengo sobre el producto Bioceres. Además del gen HB4 tolerante a la sequía, ha agregado un gen para la tolerancia a los herbicidas. Entiendo el propósito, dado lo ampliamente aceptada que se ha vuelto la característica en los mercados agrícolas.
Pero los impactos dañinos de los herbicidas socavan el valor central de la innovación HB4 y sus beneficios climáticos revolucionarios. Sin embargo, esa no es razón suficiente para rechazar esta nueva variedad de trigo HB4 y no debería impedir que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos la apruebe para la producción comercial.
Debemos ir más allá de si los cultivos transgénicos deberían desarrollarse y, en cambio, centrarnos en qué aplicaciones aportarán el mayor valor a nuestro mundo. Hay científicos que trabajan en el desarrollo de cultivos genéticamente modificados con raíces más anchas y profundas que pueden mejorar significativamente el almacenamiento de carbono en el suelo.
También se están realizando investigaciones para desarrollar variedades transgénicas y de edición de genes de cultivos de cereales básicos y alimentos especiales, desde el café y el cacao hasta cítricos y uvas para vino, que son tolerantes no solo al calor y la sequía, sino también a las tantas otras presiones climáticas que afectan a los agricultores de todo el mundo: inundaciones, insectos invasores, plagas bacterianas y cambios de estación.
Algunos de estos esfuerzos fracasarán, pero los que no traerán beneficios vitales a las poblaciones más expuestas a la inseguridad alimentaria en los climas más vulnerables.
En resumen, las crecientes presiones ambientales han comenzado a justificar el uso de herramientas agrícolas controvertidas que pueden ayudar a cambiar el equilibrio a favor de la humanidad, siempre que la tecnología se aplique de manera responsable.