Redacción Gestión

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(Bloomberg View).- Con la economía más problemática de América Latina rumbo a una situación de impago, existía la esperanza de que el presidente venezolano pudiera descartar el empleo de medidas a medias y encauzar nuevamente al país. Pero, en su lugar, la semana pasada anunció cambios en las políticas que constituyen una ilusión óptica.

A pesar de que aumentó el precio de la gasolina más barata del mundo un 6,000% (para el combustible de alto octanaje), mantuvo el precio fijo -y gracias a los subsidios del gobierno los venezolanos todavía pueden llenar el tanque por cuatro centavos el galón. Simplificó el sistema de cambio que tenía varios niveles y se prestaba a la confusión y devaluó la inflada moneda nacional, aunque no lo suficiente: En la calle un dólar cuesta 1,000 bolívares, por lo menos cinco veces el tipo oficial.

Ya advirtiera el Premio Nobel de la Paz Oscar Arias desde la Asamblea Nacional de Venezuela la semana pasada que "no es posible superar la crisis mediante la profundización del modelo actual, sino solamente abandonándolo".

Sin embargo, Maduro con sus pocas medias logró el éxito en una cosa: solidificó el consenso de la oposición venezolana para que lo removieran.

Cuándo fue exactamente que la gestión de la revolución "Bolivariana" de Venezuela pasó de despilfarradora a incoherente es difícil de decir, pero las últimas contorsiones en Caracas dan fe de un nuevo nivel de malestar oficial: una tasa anual de inflación que podría alcanzar más del 700% y un producto bruto interno que se reduce a un 8% este año.

El derrumbe de los ingresos por el petróleo amenaza la capacidad del gobierno de cubrir más de US$ 20,000 millones para el pago de bonos, las importaciones del sector del petróleo y la devolución de los préstamos a China que vencen este año. La única forma de evitar caer en situación de impago es si los precios del petróleo repuntaran hasta unos US$ 70, escribió la consultora Oxford Economics en una nota a sus clientes; el crudo pesado de Venezuela obtiene en la actualidad menos de US$ 30 por barril.

Incluso entonces, el gobierno podría verse obligado a reducir las importaciones de alimentos y medicinas en mayor profundidad, empeorando así la escasez crónica y provocando potencialmente una revuelta social.

La perspectiva de insolvencia ha llevado al gobierno, sin embargo, a adoptar medidas para su auto-preservación. Considérese la reciente creación de una nueva compañía petrolera que no reportará a Maduro ni a PDVSA –la conflictiva empresa estatal- sino únicamente al Ministerio de Defensa.

La lectura más cínica sobre esta maniobra es que los militares quieren obtener una participación directa de los despojos de la única fuente confiable de divisas. "Eso es un robo, así de simple", dijo Gustavo Coronel, consultor petrolero y ex director de PDVSA. Según otra versión, el gobierno quiere proteger los activos del petróleo al trasladar las explotaciones de PDVSA a una nueva compañía teóricamente más allá del alcance de los acreedores.

Una teoría más preocupante es que las fuerzas armadas estén asumiendo un rol de mayor control en la economía de Venezuela, al igual que los "ejecutivos militares" de Cuba o la emprendedora Guardia Revolucionaria de Irán. "Eso confirmaría que Maduro es una marioneta de los militares", dijo Coronel.

Lo que está claro es que la frustración por la gestión de Maduro va en aumento, junto con las predicciones de que no podría llegar a terminar su mandato, que finaliza en el 2019. Colombia está supuestamente sopesando darle asilo en caso de que deba renunciar.

En una verdadera democracia, el poder legislativo daría un paso al frente y ayudaría a forjar un consenso nacional. Pero después de 17 años de ejercer amarga política desde un cerrado poder ejecutivo bajo el difunto Hugo Chávez primero y su sucesor Maduro después, es improbable que ello suceda.

El mes pasado, la Asamblea Nacional liderada por la oposición rechazó la oferta de Maduro de obtener poderes excepcionales para hacer frente a la crisis económica. Maduro entonces simplemente se dirigió a la flexible Corte Suprema que se había ocupado de armar a su favor en diciembre y revocó la decisión del congreso, pisoteando esencialmente la constitución y declarando así una crisis institucional. "La Corte Suprema es nuestro Muro de Berlín", dijo el ex diplomático venezolano Diego Arria, un prominente disidente.

Mientras Maduro mantenga el control, romper ese muro parece poco probable. La buena noticia es que este 'impasse' ha llevado a que las facciones de la oposición, cada una con su propias ambiciones, estén más unidas: Aun cuando uno de los líderes, más conciliador, ha pedido un referéndum popular para recortar el mandato de Maduro, otro en tanto ha argumentado que se lo condene por "abandono del cargo", una medida que requeriría un simple mayoría de los votos parlamentarios.

Deponer a un líder electo que ha puesto la nación en riesgo es políticamente peligroso millones de venezolanos permanecen fieles a la revolución, si bien no a Maduro pero también es una salvaguardia que figura dentro de la constitución nacional. Los demócratas de Venezuela necesitan caminar por esa línea si quieren contar con el amplio apoyo que van a necesitar para rescatar a la nación de su actual gobierno, corregir su economía y evitar la convulsión social.

La desesperación de Venezuela se mide en términos de las extremas proposiciones que están actualmente sobre la mesa.

Por Mac Margolis.

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