El término “trabajo sucio” fue acuñado por el sociólogo estadounidense Everett Hughes para captar las actitudes de los alemanes comunes ante las atrocidades del régimen nazi. Lo usó para expresar la idea de algo inmoral pero convenientemente distante, actividades que eran aceptadas tácitamente por el público pero que también podía desaprobar. Desde entonces, el término ha llegado a abarcar un amplio rango de ocupaciones, en especial aquellas que son esenciales pero estigmatizadas, que son cruciales para la sociedad pero mantenidas al margen de esta.
En su esclarecedor libro “Dirty Work” (2021), el periodista Eyal Press reporta sin ambages sobre puestos de trabajo estigmatizados en Estados Unidos. Entre otros, entrevistó a guardias de prisiones en Florida y camaleros en Texas. La pandemia ha cambiado la percepción de ciertos trabajos esenciales: por ejemplo, las procesadoras de carne fueron designadas “infraestructura crítica” el 2020. Pero estos empleos permanecen en gran parte ocultos a la vista y muchos están en lugares físicamente aislados. La gente no sabe cómo son y no le interesa saberlo.
Aunque suelen pagar mejor que otros trabajos manuales, imponen costos invisibles. Usualmente, implican infligir daño a otros (o al medio ambiente) y plantean cuestionamientos emocional y moralmente comprometedores a quienes los desempeñan. ¿Cómo es laborar a diario como matarife? ¿Una guardia de prisión debe poner en riesgo su sustento y denunciar la violencia con que sus colegas tratan a los reclusos? Press no exculpa a quienes se comportan mal, pero al forzar a los lectores a confrontar el contexto en el que operan, hace difícil que los condenen.
Las fronteras del trabajo sucio pueden ser trazadas con demasiada vaguedad. Algunos sociólogos incluyen a los bomberos, dado que se exponen al peligro en nombre de otros, aunque es complicado pensar en empleos que sean menos comprometedores moralmente que ese. De hecho, la exposición al peligro puede ser un elemento expiatorio.
El autor también conversó con operadores de drones militares en una base de la Fuerza Aérea en Nevada. Si bien el uso de drones es una forma de combate más precisa que muchas otras, sus operadores suelen batallar con la idea de segar vidas sin tomar riesgos. El peligro personal que enfrentan los soldados en la línea de combate es lo que separa a un desigual videojuego de una prueba de valor.
Pero la definición de trabajo sucio también puede ser muy rígida. Aunque el trabajo más sucio es muy necesario suelen hacerlo otros y está concentrado entre los peor remunerados, pero las organizaciones de cuello blanco tienen sus propios tipos de empleo mugriento. Es el caso de la diferencia entre ingenieros que construyen plataformas de redes sociales en nombre de la conectividad y los moderadores de contenidos que monitorean la resultante basura.
El mismo lenguaje de la descarbonización apunta a las emergentes fracturas dentro de las fuerzas laborales en las empresas energéticas, entre empleados que desarrollan las energías limpias del futuro y aquellos que bombean los sucios combustibles fósiles del pasado. Los roles individuales también pueden categorizarse en tareas más sucias y más limpias. Una investigación del 2012 halló que los trabajadores de albergues de animales encargados de “ponerlos a dormir” tenían menos probabilidad de hablar de su trabajo.
Un nuevo libro de Caitlin Petre, profesora de Periodismo de la Universidad Rutgers (Estados Unidos), “All The News That’s Fit To Click” (2021), examina el efecto que los indicadores de desempeño tienen en las redacciones. En sus entrevistas para el libro, la autora notó la frecuencia con que los periodistas usaban metáforas de contaminación para describir el riesgo de que competir por audiencia podría comprometer la integridad de sus criterios editoriales.
Sin embargo, los periodistas tienden a ser buenos para contar historias y Petre describe cómo muchos han trazado límites mentales simbólicos con el fin de mitigar ese riesgo. Así, analizar data sobre audiencias para definir cómo presentar su trabajo es un uso “limpio” de esos indicadores; pero usarla para tomar decisiones en torno al contenido es impuro y tiene que evitarse.
Por su parte, los abogados penalistas usan una narrativa distinta aunque profundamente enraizada para darle sentido a sus propias desagradables tareas. Por ejemplo, defienden con frecuencia a personas que han cometido espantosos crímenes, pero debido a que hacen ese trabajo al servicio de un noble ideal –todos tienen derecho a un juicio imparcial–, tienen mucha menos probabilidad de sentirse moralmente comprometidos.
La idea del trabajo sucio no debe oscurecer el hecho de que tener un empleo es una fuente de dignidad. Pero algunos roles exigen el pago de un costo invisible y para retirar el peso del estigma, los empleadores tienen que persuadir a sus trabajadores y el público de que tales empleos no solo son esenciales sino que merecen respeto.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022