Todos los años, The Economist selecciona un “país del año”. El premio no va para el de mayor envergadura, el de economía más grande o el más feliz, sino al que en nuestra opinión ha progresado más. Entre los ganadores pasados figuran Uzbekistán (por abolir la esclavitud), Colombia (por su proceso de pacificación) y Túnez (por adoptar la democracia).
El 2021 ha sido un año difícil. El covid-19 continuó propagando sufrimiento, pues las brillantemente diseñadas vacunas fueron distribuidas de manera desigual y emergieron nuevas variantes como ómicron. Asimismo, en muchos países fueron socavadas libertades civiles y normas democráticas. En Rusia, el principal líder de la oposición fue encarcelado. En Estados Unidos, seguidores de Donald Trump asaltaron el Capitolio. Guerras civiles asolaron Etiopía y Myanmar (Birmania).
Pero en medio de la penumbra, unos pocos países brillaron. En la diminuta Samoa, la Corte Suprema desactivó una crisis constitucional al poner fin a 33 años en el poder del partido gobernante, cuyo primer ministro proclamaba haber sido elegido por Dios, e instaló a la ganadora de las elecciones (Naomi Mata’afa), una reformista y primera mujer en ocupar el cargo.
Moldavia, uno de los países más pobres de Europa, llevaba muchos años siendo el destino del lavado de dinero ruso. Pero a fines del 2020, eligió presidenta a Maia Landu, quien se ha dedicado a combatir la corrupción, y este año los electores otorgaron a su partido el control del Parlamento.
Zambia recuperó su democracia. Hace un año, el país era corrupto y estaba en bancarrota. En agosto, el Gobierno de entonces intentó amañar los comicios, pero los zambianos votaron por el empresario liberal Hakainde Hichilema por tan amplio margen que el fraude electoral fracasó. El nuevo presidente ha alcanzado un acuerdo con el FMI, prometió recortar subsidios despilfarradores a combustibles y electricidad, y comenzó a investigar la corrupción.
Lituania también salió en defensa de los valores democráticos. Si este país báltico fuese una ciudad, con las justas entraría en la lista de las 40 más pobladas en China. Pese a ello, desafió al Gobierno en Pekín al permitir que Taiwán abriera una oficina de representación en Vilna, la capital lituana. También aconsejó a sus ciudadanos deshacerse de sus smartphones hechos en China luego que sus investigadores hallaron lo que llamaron “software de censura”, que podía ser activado en los dispositivos sin aviso previo.
Además, Lituania les plantó cara a otros regímenes autoritarios. Otorgó asilo a disidentes de sus vecinas Bielorrusia y Rusia, incluida la mujer que probablemente ganó las más recientes elecciones en Bielorrusia, Svetlana Tikhanovskaya. El déspota que se robó esos comicios, Alexander Lukashenko, intentó vengarse al forzar a multitudes de refugiados bielorrusos a cruzar la frontera lituana.
Pero este país respondió con firmeza y de forma más humana que Polonia, a la que Bielorrusia provocó de la misma manera. China está dispuesta a intimidar a Lituania para someterla a su influencia. Un periódico chino se burló de su tamaño, comparándolo con gran originalidad con “un ratón, o hasta una pulga”. Los demócratas de todos lados admiran la valentía exhibida por Lituania. No obstante, no es nuestro ganador.
El país del año
Ese honor le corresponde a Italia. No es debido a la habilidad de sus futbolistas –la selección masculina ganó la Eurocopa, el gran trofeo continental–, ni al talento de sus estrellas musicales –la banda Måneskin ganó el Festival de la Canción de Eurovisión–, sino a su política.
The Economist ha criticado con frecuencia a Italia por elegir líderes, como Silvio Berlusconi, que bien podrían hacer un uso constructivo de la admonición que titula la canción triunfadora de Eurovisión: “Cállate y pórtate bien”. Debido a una deficiente gobernanza, los ingresos de los italianos el 2019 eran inferiores de lo que fueron el 2000. Pero este año, Italia cambió.
En Mario Draghi, adquirió un primer ministro competente y respetado internacionalmente. Como nunca antes, una amplia mayoría de políticos enterró sus diferencias con el fin de respaldar un programa de reformas profundas que debería resultar en que Italia acceda a los fondos a los que tiene derecho bajo el plan de recuperación pospandemia de la Unión Europea. Además, su tasa de vacunación contra el covid-19 está entre las más altas de Europa, y luego de un complicado 2020, su economía se está recuperando más velozmente que las de Alemania o Francia.
Pese a ello, existe un peligro de que este inusual estallido de gobernanza sensata podría ser revertido. Draghi quiere ser presidente, que en Italia es un cargo más ceremonial, y podría ser reemplazado por un primer ministro menos competente. Sin embargo, es difícil negar que la Italia de hoy es un mejor lugar de lo que era en diciembre del 2020. Y por ese motivo, es nuestro país del año. Auguroni!
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021