“La diversificación es analizada y es sensata; una regla de comportamiento que no implica que su superioridad deba ser rechazada como hipótesis y como máxima”, escribió en 1952 en la revista académica Journal of Finance el prodigioso joven economista Harry Markowitz. El artículo, que contribuyó a que ganase el premio Nobel en 1990, sentó las bases de la “teoría moderna del portafolio”, un enfoque matemático para la elección de una distribución óptima de activos.
La teoría postula que un inversionista racional debe maximizar sus retornos en función del riesgo (la volatilidad de los retornos) que está asumiendo. Naturalmente, los activos con retornos altos y confiables deben tener una elevada participación en un portafolio inteligente. El ingenio de Markowitz fue mostrar que la diversificación puede reducir la volatilidad sin sacrificar los retornos. La diversificación es la versión financiera del refrán “el total es mayor que la suma de sus partes”.
Un inversionista que busque altos retornos sin volatilidad podría no gravitar alrededor de criptomonedas como bitcoin, dado que su valor suele oscilar demasiado (mientras se redactaba este artículo bitcoin cayó 15% y luego rebotó). Pero lo que Markowitz reveló fue que el riesgo de un activo no necesariamente es lo importante para un inversionista sino su contribución a la volatilidad de todo el portafolio –y eso es, ante todo, una cuestión de la correlación entre todos los activos que lo conforman–.
Un inversionista que tiene dos activos escasamente correlacionados o no correlacionados, puede estar tranquilo sabiendo que si uno se desploma, el otro podría mantener su valor. Consideremos la mezcla de activos que un inversionista sensato podría tener: acciones de índices bursátiles geográficamente diversos, bonos, un fondo inmobiliario cotizado y, quizás, un metal precioso como el oro.
Los activos con los retornos más jugosos –acciones e inmuebles– tienden a moverse en la misma dirección. La correlación entre acciones y bonos es débil (entre 0.2 y 0.3 durante los últimos diez años), lo que sustenta el potencial de la diversificación, pero los bonos tienden a rezagarse cuando se trata de retornos. Se puede reducir la volatilidad añadiendo bonos al portafolio, pero estos tienden a generar menores retornos.
Aquí es donde bitcoin posee una ventaja. Si bien la criptomoneda es altamente volátil, durante su corta vida ha tenido retornos promedio elevados. También es importante apuntar que tiende a moverse independientemente de otros activos: desde el 2018, la correlación entre bitcoin y acciones de empresas de todas partes se ha situado entre 0.2 y 0.3, y en horizontes de tiempo más largos, es aún más débil. Su correlación con inmuebles y bonos es similarmente endeble. Esto la convierte en una excelente fuente potencial de diversificación.
Esto podría explicar su atractivo para algunos grandes inversionistas. El administrador de fondos de cobertura Paul Tudor Jones ha señalado que aspira a tener alrededor del 5% de su portafolio en bitcoin. Esta asignación se ve sensata como parte de un portafolio altamente diversificado. A lo largo de los cuatro periodos de la última década que este columnista seleccionó al azar para testear, un portafolio óptimo contenía una participación de entre 1% y 5%.
Tal asignación no se debe únicamente a que las criptomonedas se dispararon: incluso si uno escogiese un par de años particularmente volátiles para bitcoin, por ejemplo entre enero del 2018 y diciembre del 2019 (cuando su valor descendió rápidamente), un portafolio con 1% en esa criptomoneda seguía presentando mejores características de recompensa al riesgo que uno sin ella.
Por supuesto que no todos los cálculos respecto de qué activos elegir son simples. Muchos inversionistas no solo buscan que les vaya bien con sus portafolios, sino que también quieren hacer el bien: bitcoin no es respetuosa con el medio ambiente. Además, para seleccionar un portafolio, un inversionista necesita acumular información relevante sobre cómo podrían comportarse los valores.
Los retornos esperados y la volatilidad futura suelen ser analizados observando cómo un activo se ha desempeñado en el pasado. Pero este método tiene defectos obvios. El desempeño pasado no siempre es un indicativo de retornos futuros. Y la historia de las criptomonedas es corta.
Aunque Markowitz estableció cómo optimizar una selección de activos, también escribió que “no hemos considerado la primera etapa: la formación de creencias relevantes”. El retorno de la inversión en renta variable es una parte de las ganancias de las empresas, en bonos, es la tasa de riesgo cero más el riesgo crediticio.
No está claro qué impulsa los retornos de bitcoin, aparte de la especulación. Sería razonable creer que en el futuro podría no generar retornos. Y muchos inversionistas mantienen férreas creencias filosóficas respecto de la criptomoneda–es la salvación o la perdición–. Es probable que ninguno de esos bandos tenga 1% de sus portafolios en ella.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021