Hace 200 años, un artefacto comenzó a dominar el mundo laboral. No fue la máquina de vapor sino el reloj. Con el arribo de las fábricas, se comenzó a pagar a las personas en base a las horas trabajadas. Antes de esa era, los mercaderes llevaban a casa de los trabajadores materia prima textil que estos hilaban, tejían, cosían y cortaban. A cada uno se le pagaba por los artículos que producía, lo cual otorgaba libertad a hilanderos y tejedores para que trabajasen cuando les fuera conveniente.
En la fábrica, en cambio, el dueño les exigió laborar en turnos fijos. La tiranía del tiempo estuvo marcada por muchas innovaciones. Dado que pocos trabajadores poseían relojes en el siglo XIX, había “despertadores”, personas que recorrían las calles y golpeaban con varas puertas y ventanas para que los trabajadores se levanten de la cama.
Años después, las fábricas utilizaron bocinas y silbatos para señalar el inicio y el final de los turnos, y los empleados marcaban su entrada y salida en un reloj registrador. Finalmente, a medida que los trabajadores se mudaban más lejos de sus centros de labores, el poder del reloj condujo a las horas punta diarias. Esto ha provocado el desperdicio de mucho tiempo en embotellamientos o esperando el transporte público.
Pero ese imperio autoritario del reloj podría, al fin, estarse debilitando. El horario flexible existía mucho antes de la pandemia, pero solo ofrecía a los empleados la capacidad de escoger el momento del día en que desempeñarían sus horas asignadas.
El trabajo remoto ha generado un mayor grado de libertad. Una encuesta encargada por la empresa de mensajería corporativa Slack, a 4,700 personas que realizan teletrabajo, halló que el horario flexible es visto muy positivamente pues mejora la productividad y el equilibrio entre vida familiar y profesional. Es más, los trabajadores con horario flexible dieron mayor puntuación al sentido de “pertenencia” a su organización que quienes laboran de 9 a 5.
No es sorprendente que los trabajadores prefieran la flexibilidad. Cumplir un horario rígido de ocho horas es increíblemente restrictivo. Es que son las horas en que la mayoría de comercios están abiertos, en que se puede reservar citas con médicos y dentistas, y en que los técnicos están dispuestos a reparar algo en la casa.
Los progenitores que laboran bajo un horario convencional pueden dejar a sus hijos en el colegio por la mañana, pero es poco probable que los recojan en la tarde. Muchas familias tienen que hacer malabares constantes en sus horarios y sacrificar valioso tiempo vacacional para lidiar con emergencias domésticas.
Tampoco debe impresionar demasiado que quienes hacen teletrabajo se sientan más productivos. Después de todo, pocas personas poseen la capacidad de concentrarse concienzudamente y sin parar durante ocho horas. Hay instantes en el día en que la gente se siente tentada a mirar por la ventana o salir a caminar; estos pueden ser los momentos en que encuentran inspiración o se recargan para la próxima tarea. Si lo hacen en la oficina, se exponen a la desaprobación del jefe; en casa, pueden trabajar cuando se sienten más motivados.
Es lógico que el teletrabajo no es posible para todos. Hay una larga lista de actividades, desde servicios de emergencia hasta hotelería, restaurantes y comercio minorista, donde la gente tiene que estar físicamente en su centro de trabajo. Pero para muchos oficinistas, el trabajo remoto es perfectamente razonable.
Estos empleados mantienen ciertas tareas predeterminadas, como reuniones virtuales del personal, pero desempeñan muchas de las otras en cualquier momento del día –o la noche–. Ahora, los oficinistas pueden ser remunerados por las tareas que completan y no por el tiempo que les dedican –pues las empresas tendrían que monitorearlo espiando a las personas en sus casas–.
Lo llamativo del sondeo de Slack es el carácter extendido del respaldo al teletrabajo; solo 12% de los encuestados quería regresar a su horario normal de oficina. En Estados Unidos, los empleados afrodescendientes, asiáticos e hispanos estaban mucho más entusiasmados con esa práctica que sus colegas blancos.
Las mujeres con hijos también le otorgaron respaldo generalizado e informaron de una mejora en su equilibrio entre vida familiar y profesional, aunque existe una brecha entre mujeres estadounidenses inconformes y las de otros países, que se sienten más contentas –la disponibilidad de cuidado infantil subsidiado por el Estado ayuda a explicar esa diferencia de opiniones–.
Naturalmente, el nuevo horario acarrea peligros: la gente podría perder toda separación entre trabajo y vida hogareña, y sucumbir al estrés. A fin de inyectar algo de contacto humano, las empresas podrían adoptar un modelo híbrido en el que se vaya a la oficina durante parte de la semana. No obstante, la libertad de los oficinistas del yugo del tiempo tiene que ser bienvenida. El reloj fue un cruel patrón y muchos se sentirán felices de escapar de su dominio.