Nuestros economistas conversan sobre la conveniencia o no de luchar contra la reventa de entradas para el Estadio, así como acerca de luchar o no contra la piratería, como otra manifestación de lo informal. Aquí el diálogo entre Maynardo (M), quien se muestra a favor de atacar desde el Estado la reventa, y Adamo (A), quien está en contra de la piratería, mas no de la reventa.
M: Adamo, este tema de la reventa de las entradas para los partidos de Perú parece de nunca acabar. Hasta el momento, la Federación Peruana de Fútbol no encuentra la manera correcta de vender las entradas sin generar problemas de reventa.
A: Ahora, incluso hay asociaciones de consumidores que quieren denunciar a la FPF ante Indecopi porque esta se habría quedado con el 50% de las entradas, afectando supuestamente los derechos de miles de amantes del fútbol. Lo cual me parece francamente un despropósito.
M: ¿Por qué te parece un despropósito? ¿No crees que al reducir la oferta para venta regular se ha promovido un mercado secundario de reventa que afecta a los fanáticos, especialmente a los menos pudientes?
A: Carlos Paredes escribió sobre esto hace unos días. Y se preguntaba, con razón, ¿cómo así se redujo la oferta, si el estadio estaba lleno a reventar? Aquí hay dos opciones: (i) los que recibieron las entradas entregadas o sorteadas por la FPF las vendieron, con lo cual la oferta no cambió, o (ii) simplemente las usaron, con lo cual se redujo la demanda de la venta regular. En ninguno de ambos casos habría incrementado el desequilibrio entre oferta y demanda.
M: No estoy de acuerdo contigo, Adamo. Este es un mercado segmentado entre los fanáticos que tienen una elasticidad-precio muy baja y los aficionados “normales” que tienen una elasticidad mayor. La FPF, al haberse quedado con una parte de la oferta, ha promovido una discriminación de precios. Las fuerzas del mercado terminan subiendo más el precio a la porción de la demanda que menor elasticidad-precio tiene –los fanáticos– respecto del resto. Y en el medio están los revendedores, haciendo su agosto con esta anomalía del mercado.
A: ¿Y cuál es el problema? Peor sería que el Estado interviniera castigando a los revendedores. Para mí, los revendedores cumplen una función social fundamental: despejan un precio de mercado para un bien que puede ser muy distinto al precio fijado arbitrariamente por la FPF.
M: Mmm… no me convence.
A: El revendedor permite que yo no tenga que hacer una cola interminable para comprar una entrada. Si yo estoy dispuesto a pagar el doble y él está dispuesto a cobrar ese margen por su tiempo –que seguramente él valora menos que yo el mío–, entonces con qué derecho el Estado va a intervenir para castigar esta actividad que me permite pagar un precio que yo considero justo –si no no lo compraría– por el placer que me produce ver a mi selección ganar su pase al Mundial. ¡Basta de la injerencia del Estado en la vida privada!
M: Tu visión del problema está limitada a la valoración de la eficiencia que les enseñamos a los chicos en los cursos introductorios de microeconomía. Y, en términos de eficiencia, sin duda resulta mejor transar que no hacerlo. Pero estás dejando de lado el tema de equidad. Bajo tu argumento, todas las entradas se deberían subastar, a fin de “despejar” el precio correcto que la sociedad le otorga a ese bien. El problema es que esta opción deja a los pobres fuera del estadio y convertiría al fútbol no en un fenómeno de masas sino en un espectáculo elitista. Si el Estado tiene que intervenir para evitar esto, ¡pues bienvenido!
A: ¡Bah!… La reventa es una actividad permitida en cualquier sitio. Si no consigues entradas para el teatro en Broadway, sabes que siempre puedes obtener entradas de reventa; más caras, seguro, pero es tu elección libre. Ni en Nueva York ni en Londres se persigue a los revendedores. Yo mismo compré mis entradas para ver a Genesis en Seattle comprando por Craig List. Ambos, comprador y vendedor maximizamos nuestro bienestar y despejamos un precio “justo”. El problema con ustedes, los intervencionistas, es que no creen en las fuerzas del mercado para fijar precios y asignar recursos.
M: Definitivamente en este tema no nos entendemos. Tú privilegias la eficiencia y yo la equidad. Eso es todo. Cambiando de tema, ¿qué opinas de la defensa de los derechos de autor, “copyrights” y la piratería?
A: Me parece que la defensa de los derechos de propiedad intelectual –no solo libros, música y películas, sino también patentes– es una obligación fundamental del Estado. Sin eso, una gran obra original puede ser copiada vilmente por cualquiera que se aprovecha lucrando con tu talento.
M: Yo tiendo a estar más de acuerdo con el cineasta Chicho Durant cuando dice que estas normas de propiedad intelectual están al servicio de unos pocos en detrimento de muchos. Los grandes estudios –léase Hollywood–, así como los sellos discográficos presionan a los estados para que protejan intereses particulares. Pero el Internet, Netflix y el streaming están cambiando estas industrias definitivamente. Simplemente, la industria del cine, como la de la música o la literatura, tienen que adaptarse al cambio tecnológico y el empoderamiento del consumidor.
A: Yo creo que las leyes de propiedad intelectual fomentan que los artistas e innovadores dediquen más tiempo a sus labores, pues reciben un pago por ellas. Los piratas no aportan nada nuevo ni positivo a la sociedad.
M: Hay académicos como Larry Lessig, de Stanford, que consideran que la legislación sobre propiedad intelectual afecta el libre flujo de ideas y amenaza la creatividad. Hoy en día, los artistas –por ejemplo– deberían estar agradecidos a la piratería que acerca su arte a las masas.
A: ¿Cómo? El derecho de propiedad –de activos físicos o intelectual– es la base de una sociedad capitalista moderna. Lo otro es la barbarie.
M: ¿Tú crees que Green Day hubiera podido llenar el estadio de San Marcos sin piratería? Te aseguro que el 99% de los asistentes escuchan música de Green Day por algún medio pirata y no por un disco comprado legalmente. La piratería hace que el arte de Green Day o de Tarantino o de Borges llegue a las masas, particularmente en países pobres como el Perú. Lejos de castigarla deberíamos fomentarla.
A: Parece que no nos entendemos…