De acuerdo con la teoría de la disonancia cognitiva, es estresante vivir en contradicción. Una lástima para quienes traten de conciliar el pésimo humor de muchos analistas económicos con las pujantes bolsas o el creciente buen ánimo de muchos directorios corporativos.
La semana pasada, la OCDE predijo “consecuencias graves y prolongadas” en los países ricos por las recesiones ocasionadas por la pandemia. Mientras tanto, el índice S&P 500 se acercaba a su nivel de inicios del año, cuando para la mayoría, “corona” solo significaba algo para beber con una rodaja de limón. Por un tiempo, la fortaleza de la bolsa estadounidense, que ha disfrutado su mayor rally histórico de 50 días, parecía una excepción, pero desde fines de abril, las de Europa y Japón han tenido mejor desempeño que la jubilosa Wall Street.
Para algunos, es una clara señal de la propagación de un entusiasmo irracional. Se argumenta que los precios de las acciones han sido empujados a picos insostenibles por los estímulos monetario y fiscal, y quizás, por una ola de especulación de trabajadores desocupados que han estado colocando en la bolsa dinero de sus subsidios por desempleo. TD Ameritrade, agencia de bolsa minorista, señala que la actividad se ha cuadruplicado respecto del año pasado.
Pero los inversionistas no han perdido la cabeza. Un flujo de data corporativa y económica positiva brinda motivos para el optimismo. El problema es que no se necesitarían muchas malas noticias para que el rally se revierta. Comencemos por las buenas noticias: la mayoría de analistas pensó que el desempleo en Estados Unidos crecería de 14.7% a 20% en mayo (respecto de abril), pero se redujo a 13.3%.
Data en tiempo real sobre gasto con tarjeta de crédito, comercio electrónico y movilidad de los consumidores indica que el consumo en ese país llegó a un piso en abril pero se ha recuperado a alrededor del 90% de su nivel previo a la pandemia. Parece que la recesión, cuyo inicio en marzo fue oficialmente declarado la semana pasada, ya tocó fondo.
Los brotes verdes no están confinados a Estados Unidos. En mayo, las exportaciones chinas de bienes solo cayeron 3.3% respecto del año pasado -se esperaba casi el doble de contracción-. Los mercados laborales han superado expectativas en Canadá y Corea del Sur, y en Europa, los empresarios están menos abatidos que en abril. En este caso, ayuda que la eurozona haya aplicado estímulos. Este mes, el Banco Central Europeo amplió su programa de compra de bonos y Alemania disparó una bazuca fiscal. Una conclusión es que los estímulos funcionan. Los gobiernos han logrado evitar la bancarrota de empresas y protegido los ingresos de consumidores. Según bancos estadounidenses, el aumento de deudas de cobranza dudosa es menor de lo que se podría esperar, considerando la tasa de desempleo; y los ingresos familiares son más altos que antes de la pandemia.
Entretanto, muchos inversionistas y empresas se han convencido a sí mismos que el levantamiento de las cuarentenas no causará un rebrote de contagios del covid-19. Esto ha ocasionado que miren más allá de la evisceración de las ganancias corporativas del 2020 y se enfoquen en un rebote económico el 2021 y 2022.
Sin embargo, cada arista del argumento también contiene una advertencia. Los estímulos no durarán para siempre. En Estados Unidos, el subsidio de US$ 600 semanales al desempleo expira a fines de julio; si el Congreso aprueba continuar la ayuda de manera tan generosa, podría ralentizar el reinicio económico pues desincentivaría el trabajo.
Pero un abrupto retiro de los beneficios reduciría los ingresos y dejaría a muchos sin la capacidad de gastar. Aunque la tasa de desempleo está cayendo, el número de trabajadores que reportan estar sin empleo porque han sido cesados permanentemente -en lugar de temporalmente- sigue aumentando de modo inquietante.
Nadie sabe cuántos desempleados más habrá con el cambio de la economía como consecuencia de la pandemia. Ello dificulta determinar por cuánto tiempo mantener los estímulos. Y mientras los mercados laborales se vean deteriorados, las familias ahorrarán más de lo usual, lo cual desacelerará la recuperación económica.
El segundo riesgo proviene del propio virus. Aún no se le conoce bien y, a medida que se propaga por países en desarrollo, el número diario de contagios se incrementa. Sigue siendo posible otra ola de contagios, especialmente durante el invierno. Ello podría generar otra ronda de cuarentenas o, de no decretarse, hacer que los consumidores prefieran quedarse en casa como medida de protección, limitando así la amplitud de la reactivación.
En febrero, los mercados fueron sorprendidos por la velocidad con que cambiaron las perspectivas. Aunque la economía mundial ha comenzado a recuperarse, no hay que descartar una recaída.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020