Consideremos este experimento mental. Si dentro de una hora no comes una pizza, morirás de hambre. ¿Qué hacer? La mayoría hará su pedido inmediatamente -pero no una, sino muchas, de distintas pizzerías-. A fin de maximizar las chances de que al menos una pizzería la tenga a tiempo, no te importaría que algunas pizzas se desperdicien.
El mundo está ansioso por una vacuna contra el covid-19. A la fecha, se han registrado más de 700,000 decesos, a una tasa de aproximadamente 40,000 semanales. Si incluimos las muertes no registradas, los números son mucho mayores. Entretanto, la economía global está experimentando su contracción más aguda desde la Gran Depresión, de quizás el 8% del PBI en el primer semestre.
De cara a esta catástrofe, parece probable que se tendrá una vacuna mucho más rápido de lo que pudo haberse predicho al inicio de la pandemia. Sin embargo, los esfuerzos globales para manufacturarla y distribuirla no están a la altura del desafío. Alrededor de apenas US$ 10,000 millones se han destinado a la causa -el equivalente a pedir una pizza, cuando se necesitan varias-.
Las cifras no son claras, pero se estima que el mundo ha comprado aproximadamente 4,000 millones de dosis de vacunas para que sean entregadas a fines del próximo año, lo que en teoría basta para una dosis para la mitad del planeta. Pero en la práctica, mucha menos población tendrá protección contra la enfermedad. Es que algunas vacunas en producción no obtendrán aprobación y una potencial candidata que llegue a la fase de pruebas a gran escala -varias ya lo están- aún tiene un 20% de chances de no funcionar.
Otras recibirán aprobación oficial pero podrían no proporcionar protección completa. Por ejemplo, podrían no ser adecuadas para ancianos o prevenir muertes pero no contagios. Otras requerirán más de una dosis para ser eficaces. Debido a estas contingencias, incluso países como Estados Unidos y Reino Unido, que han adquirido más de dos dosis para cada uno de sus ciudadanos, todavía no han comprado lo suficiente.
En lugar de considerar un derroche gastar en vacunas no probadas, el mundo tiene que verlas como una póliza de seguros. La investigación indica que si diez o más están en desarrollo, hay un 90% de probabilidad de hallar una que funcione. Cuando se pruebe que una de estas candidatas es efectiva, se necesitará que miles de millones de dosis sean distribuidas con prontitud.
Pero es imposible saber de antemano cuál tendrá éxito. Por tanto, los gobiernos deben ayudar a las farmacéuticas a producir vastas cantidades de vacunas diferentes -idealmente, decenas de miles de millones de dosis- mucho antes de que se otorgue, o no, la aprobación oficial. Así, aunque se tenga que descartar las que no funcionan, la vacuna ganadora podría comenzar a ser distribuida rápidamente.
Si bien esto podría parecer innecesaria y deliberadamente desmesurado, multiplicar el financiamiento de la vacuna por diez, hasta US$ 100,000 millones o más, en línea con las propuestas más ambiciosas, palidece en comparación con los US$ 7 millones de millones que los gobiernos han gastado o comprometido para preservar ingresos y empleos desde que se inició la pandemia.
El verdadero derroche sería esperar hasta que surja una vacuna exitosa y recién entonces impulsar su elaboración. En términos económicos, de la producción que se salvará, sin mencionar las vidas, tendría sentido que el mundo gaste hasta US$ 200,000 millones en el desarrollo de una vacuna eficaz.
Para algunos, la perspectiva de una inversión tan fuerte hace temer un “nacionalismo por la vacuna”, en el que los países ricos gastarán mucho más que los pobres a fin de acaparar el mercado para sus ciudadanos. No obstante, el mundo puede sacarle más provecho a la oferta limitada de vacunas si se agrupa para destinar recursos y asigna las dosis en función de la necesidad -trabajadores de la salud primero, poblaciones vulnerables a continuación y así sucesivamente-. Unos 80 países están interesados en tal esquema.
Lamentablemente, es probable que políticos en ciertos países con capacidad para elaborar la vacuna prioricen a sus poblaciones. Una forma de minimizar la disputa internacional en torno a quiénes y cuándo serán inmunizados, es maximizar la oferta inicial y extender la capacidad de producción. Las vacunas para países pobres tendrían que ser subsidiadas, quizás a través de la alianza que ya adquiere otras para ellos (GAVI).
La idea de producir deliberadamente en exceso no cae bien a los políticos, especialmente en un mundo donde hay tantas demandas por fondos públicos. Así que ante una capacidad productiva que resulte ser inútil, los políticos se arriesgan a ser acusados de botar dinero -le ocurrió al Gobierno británico cuando los hospitales de emergencia que instaló al inicio de la pandemia no fueron necesitados-. Pero tienen que ser racionales. Uno compra un seguro antes de saber qué pasará, no después.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020