Durante más de una década, el gasoducto Nord Stream envió gas natural de una forma fiable desde Rusia hacia Europa, pero debido a la guerra en Ucrania las tensiones amenazan el suministro.
Este jueves, el gasoducto reanudó las operaciones tras un cierre por mantenimiento que tuvo en vilo a los europeos durante diez días.
A continuación, un panorama de lo que este gasoducto simboliza para Europa -- y especialmente para Alemania -- en términos de dependencia de la energía rusa.
¿Una historia de éxito?
Este ducto de 1,224 kilómetros es un sistema de tuberías construido bajo el mar Báltico, desde la localidad rusa de Víborg hasta Lubmin en el noreste de Alemania. Desde allí, una red de tuberías lleva el gas hasta Europa.
Esta obra está en uso desde el 2011 y puede transportar hasta 55,000 millones de metros cúbicos por año, lo que implica que es una de las fuentes de aprovisionamiento más importantes del Viejo Continente.
El gigante energético público ruso Gazprom tiene un 51% del gasoducto y empresas como las alemanas EON y Wintershall Dea, la holandesa Gasunie y la francesa Engie también tienen participaciones.
Este proyecto fue durante mucho tiempo un modelo de la cooperación entre Rusia y la Unión Europea, con lo que países como Alemania e Italia se volvieron muy dependientes del gas ruso.
Un trago amargo
Pero, con la agresión de Rusia contra Ucrania todo cambió.
En un giro en 180 grados, Berlín anunció a finales de febrero que iba a suspender la certificación de un segundo gasoducto, Nord Stream 2, destinado a duplicar los suministros desde Rusia.
Este túnel enfrentó muchas críticas, incluyendo la oposición de Ucrania y Polonia, que afirmaron durante años que Nord Stream 2 daba a Moscú demasiada influencia sobre la seguridad energética de Europa.
Desde el principio de la guerra, Rusia ha disminuido o suspendido la entrega de gas a una decena de países, en una estrategia que es percibida como una represalia por las sanciones occidentales contra Moscú.
Gazprom reanudó el flujo el jueves, pero al mismo nivel que tenía antes de la suspensión, que está por debajo de su capacidad real.
Rusia achaca la reducción del aprovisionamiento a la falta de una turbina Siemens en reparaciones en Canadá.
Pero, el gobierno alemán ha rechazado esta explicación y acusa a Rusia de usar la energía como un arma.
Pese a que el gas vuelve a circular, persiste el miedo de que el presidente ruso, Vladimir Putin, vuelva a cerrar el grifo.
Alemania teme el próximo invierno
Un corte abrupto del flujo de gas puede ser un duro golpe para las economías europeas y Alemania es el país más vulnerable de todos.
Al igual que sus vecinos, Alemania intenta diversificar sus proveedores, pero el país sigue importando 35% del gas de Rusia, frente a un 55% antes de la guerra.
Cualquier nueva crisis presionaría al alza los precios del gas aún más, atizando la inflación y puede obligar a cerrar a empresas que sean muy dependientes de la energía.
En caso de una nueva suspensión, Alemania puede tener problemas para llenar sus inventarios antes de que llegue el frío, lo que alimenta el miedo a que haya racionamiento.
El ministro de Economía alemán, Robert Habeck, ya urgió a sus conciudadanos a tomar duchas más cortas y a colocar la calefacción más baja este invierno.
¿Solidaridad europea?
Pese a que los expertos dicen que Alemania está pagando el precio por sostener durante años una política equivocada frente a Rusia, una crisis que empuje al país a una recesión enviaría réplicas más allá de sus fronteras.
“Una crisis del gas en la locomotora de la Unión Europea (UE) genera escalofríos en todo el continente”, afirma Constanze Stelzenmueller, académica de Brookings Institution.
La Comisión Europa (CE) urgió el miércoles a los países del bloque a reducir la demanda de gas natural en un 15% en los próximos meses, para asegurar los inventarios para el invierno y derrotar el “chantaje” ruso.
Alemania también podría apelar a la solidaridad de Europa, para que otros le compartan energía.
“Ya hay flujo de gas llegando a Alemania de Noruega, también de Bélgica y los Países Bajos”, afirmó Ben McWilliams del Bruegel Institute.