(G de Gestión) El Perú no ha tenido una cultura rockera, pero en la última década se ha empezado a formar un movimiento de fanáticos en Lima que demanda ir a conciertos. Dos años de confinamiento han impulsado las ganas de salir. El último gran concierto en Lima, el de Coldplay, así lo evidencia. “Vendimos todo en horas y para la segunda fecha fue muy similar”, revela Alberto Menacho, productor de Artes Perú. Pero es cauto: “Vamos a ver cuánto dura esto”, dice. En esta entrevista, Menacho da detalles sobre lo que aún falta desarrollar y lo que se viene en esta industria.
¿Cómo se entiende esta etapa de conciertos en el país?
Los artistas viven de girar. Antiguamente se hacía para promocionar un álbum, y el ingreso fuerte era por regalías. Pero desde que avanzó la tecnología y con la evolución en el acceso a la música, la gente ya casi no compra discos. Ni bien se empezó a levantar la pandemia, todos están locos por girar.
La infraestructura es la misma: sonidos, luces, escenarios y el backstage, que es cada vez más importante. Hay cambios y mejoras técnicas. El enfoque de los shows, sobre todo en bandas como The Rolling Stones o U2, no solo es la música, sino toda una experiencia audiovisual. Coldplay trajo una pantalla especial y toneladas de equipos.
¿Cómo funciona el margen en estas producciones con costos tan altos?
Todo está dentro de lo que se le paga a la banda. Mientras más costoso el evento, el resultado va a ser menor. Pero es un supershow y va muchísima gente. Nosotros buscamos mantener los precios no tan altos. Pero es cuestión de la productora. Lo que cobramos es lo mismo que se da en Europa o en otros países en Latinoamérica, aunque hay algunas cosas que habría que revisar.
¿Qué obstáculos encuentra la industria local?
Tal vez los impuestos que tenemos todavía son altos. Hace algunos años liberaron una serie de estos y fue posible traer ciertos artistas. Los grandes se iban a Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago y no más. En Buenos Aires, por ejemplo, hay solo un impuesto. Acá tenemos la renta del artista, Apdayc, sindicatos, entre otros interminables. Por esto en otros lados hay conciertos con precios más asequibles.
En el Perú, en los últimos 10 o 12 años se ha hecho más habitual ir a conciertos. No hemos tenido una cultura rockera. Por otro lado, pasamos por dos años complicados. La gente ha estado encerrada y tiene ganas de hacer otras cosas. Históricamente, la segunda fecha no ha sido lo que se esperaba, pero ahora hay fans en Lima. Se forman grupos y hay un movimiento.
¿La industria ha evolucionado?
Nunca imaginé que Coldplay iba a vender lo que vendió. Habría hecho cinco fechas más. Vendimos todo en horas y para la segunda fecha fue muy similar. Vamos a ver cuánto dura esto. Puede ser que sea efecto de que la gente ha estado encerrada o que se mantenga tras una formación de la fanaticada peruana. En los próximos seis meses o un año uno podría tener una idea clara.
¿Cómo funciona la posibilidad de abrir nuevas fechas para los grandes artistas?
Normalmente entran en porcentajes más una garantía. La lógica dice que hay un costo hundido para una segunda fecha hacia adelante, pero no es así. De alguna manera se asocian con uno y es un win-win en la medida en que el productor gane. Ahora, una banda tiene que estar en gira; si no, traerlos es muy costoso. Coldplay ha venido con 200 personas, entre trabajadores y técnicos. Es un costo elevado para la banda, por lo que se les tiene que agarrar en gira.
¿El Perú ya es un destino preestablecido para las bandas?
Ya está incluido en las giras que tienen para Sudamérica. Una banda de estadio debe tener entre dos y tres generaciones, a menos que seas una bestia como Coldplay. Ellos, además, son muy buenas personas, y esto se transmite en sus conciertos. Hay una alegría colectiva.
¿Qué impide la generación de festivales?
Se trata de hacer que una banda sea conocida. En el Perú no es fácil. Si no es llamativa, a las radios no les interesa. También están los auspicios. Aquí las grandes corporaciones todavía no saben cómo sacar todo el jamón de una asociación del nombre de una compañía con un artista.
¿Es imposible traer un festival como el Lollapalooza?
Es una cuestión matemática. Uno debe tener como 15 bandas, que cuesta mucha plata. Para hacer un festival uno tiene que cobrar una cantidad equis y un ticket promedio no tan alto para cerrar. Ahí entra el sponsoreo. Todo lo que significa el awareness, que es intangible.
¿Existe una infraestructura adecuada para el desarrollo de más conciertos y con mejor calidad?
Lo más cercano que tenemos a una gran infraestructura es el Arena del Jockey. Han hecho algo buenísimo para 20,000 personas, y eso conlleva facilidades como camerinos, camiones, ingresos y egresos, etc. Pero, fuera de eso, en el Perú no tenemos espacios para shows de más de 5,000 personas. Lo que hay es improvisado. Sí, tenemos el Estadio Nacional, pero es uno de fútbol y no se puede pedir mucho. En San Marcos hay que bajar toda la gradería y en el Monumental es lo mismo.
¿Qué se espera para el 2023 en la producción de conciertos a escala local?
El 2022 ha sido un año tímido y no sabíamos que podíamos vender estadios completos. Para el próximo año estoy pensando en hasta nueve conciertos, solo en el género clásico. Sin embargo, no hay una fórmula para entender la demanda. En cuanto a los festivales, depende de si hay una consolidación buena de afluencia. Nosotros tenemos, por lo menos, cuatro o cinco grandes conciertos.