Por Amanda Little
Si bien la guerra de Putin en Ucrania sacude el mercado de la energía y eleva los precios de los fertilizantes, un problema mayor es ahora el aumento del precio del trigo. Rusia está llevando al mundo hacia una crisis de seguridad alimentaria cada vez más grave, lo que empeora la escasez ya causada por la pandemia y el cambio climático.
Más del 70% de Ucrania es terreno agrícola que produce una gran parte del trigo del mundo, así como su maíz, cebada, centeno, aceite de girasol y papas. Las exportaciones de cosechas de Ucrania a la Unión Europea, China, India y al norte de África y Oriente Medio se desploman a medida que las fuerzas rusas paralizan los puertos ucranianos. Pronto podrían cesar por completo.
Mientras tanto, las fuertes sanciones occidentales interrumpen el flujo de exportaciones de cosechas de Rusia, el principal productor mundial de trigo.
Ya hay presión sobre las organizaciones de seguridad alimentaria para hacer frente a la propagación del hambre. Una mayor escasez “será un infierno en vida”, pronosticó la semana pasada David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.
La amenaza es mayor en los países que ya están al borde de la hambruna y en aquellos que dependen en gran medida de las importaciones ucranianas y rusas. Beasley dijo que su organización “no tendrá más remedio que tomar comida de los que pasan hambre para alimentar a otros que pasan más hambre” y, a menos que lleguen más fondos de inmediato, “corremos el riesgo de no poder alimentar a los que más lo necesitan”.
La guerra de Ucrania les está enseñando a los líderes internacionales una lección que ya deberían haber aprendido: la estrategia agrícola a largo plazo debe integrarse en los planes de seguridad nacional. Eso significa comenzar ahora a invertir en prácticas agrícolas más sostenibles, cultivos resistentes al clima y nuevas tecnologías de cultivo, así como cadenas de suministro ágiles que puedan reaccionar a las interrupciones cuando sea necesario. La seguridad alimentaria también debe convertirse en un foco central de los acuerdos comerciales internacionales.
El hambre alimenta los disturbios civiles y un círculo vicioso de interrupciones. Agrega cargas, distracciones y costos enormes a los Gobiernos que ya están bajo presión mientras importan alimentos a precios más altos. Eventualmente, puede conducir a un éxodo masivo de civiles que huyen de su tierra natal en busca de alimentos.
Durante milenios, los sistemas alimentarios sólidos han conferido poder político. Las civilizaciones, desde los mayas de Mesoamérica hasta los vikingos de Escandinavia, surgían a medida que florecían sus suministros de alimentos y caían a medida que disminuían. Incluso hoy, las naciones con los suministros de alimentos menos confiables tienden a tener las economías menos diversas y los Gobiernos más propensos al conflicto.
En el 2012, el hambre ayudó a fomentar la Primavera Árabe después de que las sequías paralizaran los campos de trigo en Rusia y Estados Unidos, lo que provocó que los precios de los cereales se dispararan en todo el mundo. Estallaron disturbios por alimentos en docenas de ciudades en todo el mundo.
Esa crisis alimentaria mundial hace una década obligó a las naciones del G8 a comenzar a centrarse en la seguridad alimentaria. Prometieron una financiación significativa para la ayuda alimentaria. La Administración Obama, por su parte, estableció Feed the Future, un programa que desplegó USAID y otras agencias en países seleccionados para ayudar a mejorar el acceso a los alimentos. Fueron esfuerzos importantes, pero no suficientes.
Hoy, tanto las naciones ricas como las que están en vías de desarrollo necesitan intensificar los esfuerzos en este tema. Los precios del trigo ya están en los niveles que registraban en la crisis alimentaria del 2008, y siguen al alza. “Solo podemos imaginar cuánto empeorará esta situación devastadora”, dijo Catherine Bertini, experta en seguridad alimentaria del Consejo de Asuntos Globales de Chicago y exdirectora del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. “El riesgo al que nos enfrentamos no tiene precedentes”.
La invasión de Ucrania tiene tres niveles de influencia negativa en la seguridad alimentaria. Primero, en los ucranianos y rusos que enfrentan interrupciones en el suministro. En segundo lugar, en los países que dependen en gran medida de sus exportaciones; y tercero, en poblaciones más amplias que ya sienten el impacto de los precios más altos de los alimentos.
Actualmente, en todo el mundo, 283 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda y 45 millones están al borde de la hambruna. Los países afectados por la hambruna, como Yemen, son los que más sufren por la disminución de las exportaciones de alimentos de Ucrania, pero también son vulnerables Egipto, Turquía y Bangladesh, que importan miles de millones de dólares en trigo ucraniano anualmente.
Muchas otras naciones que ya lidian con el suministro de alimentos dependen de las exportaciones ucranianas. Hablemos de Kenia, por ejemplo: el 34% de su trigo proviene de Rusia y Ucrania, y el 70% de su población no tiene dinero para alimentos. O Marruecos: el 31% de su trigo llega de Rusia y Ucrania, y el 56% de su población no puede permitirse un suministro estable de alimentos. Aproximadamente la mitad del trigo comprado por las Naciones Unidas para asistencia alimentaria en todo el mundo proviene de Ucrania.
Pero ningún país está protegido de interrupciones alimentarias en el futuro, incluido Estados Unidos. Pese a todos los llamados que venimos escuchado sobre una mayor independencia energética, pocos se han preocupado por el hecho de que mientras Estados Unidos exporta alrededor de US$ 150,000 millones anuales en productos alimenticios, importa casi la misma cantidad: unos US$ 145,000 millones.
¿Por qué la seguridad alimentaria no es un tema clave en las principales conferencias mundiales? Apenas se discutió el año pasado en el Foro Económico Mundial de Davos, ni fue una prioridad en la conferencia climática COP26 o en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. La Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio y otros grupos comerciales internacionales deben priorizar las relaciones estables de comercio de alimentos, especialmente para los países más pobres y más vulnerables en ese aspecto.
Incluso si la guerra de Rusia contra Ucrania se resuelve pronto y sus exportaciones continúan fluyendo, los impactos ambientales en la producción de alimentos y las interrupciones en la cadena de suministro serán cada vez más graves. Según un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático publicado la semana pasada, las condiciones de crecimiento más cálidas, secas y volátiles ya obstaculizan los sistemas alimentarios a nivel mundial, y hasta el 30% de las granjas y pastizales actualmente productivos del mundo ya no respaldarán la producción de alimentos para fines de este siglo, si las tendencias actuales continúan.
Las naciones deberían destinar más dinero a organizaciones como el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo —con sede en México— que avanzan en investigaciones cruciales sobre cómo producir cultivos de trigo y maíz más resistentes en regiones que se están volviendo cada vez menos cultivables.
Sin embargo, este no es solo un problema del futuro: los países y las comunidades que aborden con mayor urgencia sus desafíos de suministro de alimentos serán los mejor equipados para sobrevivir a las interrupciones y prosperar económicamente ahora.