Esta semana, todos los ojos volvieron a estar puestos en el mundo de la producción de carne de Estados Unidos. Sin embargo, esta vez no tuvo nada que ver con el COVID-19.
Un ataque de ransomware contra JBS en un momento forzó el cierre de todas las plantas de carne de vacuno de la compañía en Estados Unidos, instalaciones que representan casi una cuarta parte de los suministros estadounidenses. También hubo cierres en Australia y uno en Canadá. De hecho, no hay total claridad de la extensión del impacto global, ya que JBS no ha publicado esos detalles.
La compañía anunció que todas sus operaciones habían vuelto a su capacidad normal. A pesar de que las interrupciones no duraron mucho, sus efectos se extendieron rápidamente por los mercados de la carne. Los precios mayoristas de la carne de vacuno y de cerdo se dispararon en EE.UU. y los futuros del ganado oscilaron bruscamente.
Más que cualquier otra cosa, el episodio puso de manifiesto cuán vulnerables son los suministros de alimentos a la amenaza de ciberataques.
Y no se limita solo a la carne, casi todos los puntos de la cadena de suministro de alimentos se encuentran ahora interconectados con procesos digitales, y la automatización también ha aumentado transversalmente. Desde sistemas informáticos que controlan el ausentismo de los trabajadores en fábricas de producción masiva hasta sistemas de software que se han integrado a los tractores que atraviesan los campos de maíz del Medio Oeste.
Además, gran parte de la producción de alimentos se encuentra ahora extremadamente concentrada en manos de unos pocos actores importantes. Ese es especialmente el caso en EE.UU., pero también está sucediendo cada vez más en otras partes del mundo. JBS, por ejemplo, pasó de comenzar en 1953 como un matadero individual en Brasil a convertirse en una potencia que ahora es el mayor productor de carne del mundo a través de una serie de enormes adquisiciones corporativas.
El fervor de negociar en todo el mundo de los productos básicos ha creado puntos únicos de falla en industrias fundamentales, lo que las convierte en los principales objetivos de hackers que desean amenazar con grandes interrupciones para cobrar los mayores pagos posibles.
Los precios globales de los alimentos extendieron su repunte al nivel más alto en casi una década, lo que aumenta el temor a tener que pagar grandes montos en facturas de comestibles mientras las economías luchan por salir de la crisis provocada por el COVID-19.
Un indicador de las Naciones Unidas de los costos mundiales de los alimentos se elevó en mayo por duodécimo mes consecutivo, el lapso más largo en una década. El riesgo es que el sostenido avance provoque la aceleración de una inflación más generalizada, complicando los esfuerzos de los bancos centrales por brindar más estímulo.