La comunicación es parte esencial del liderazgo y el lenguaje corporal es parte esencial de la comunicación. En estos pilares se asienta un mini-rubro de investigación y asesoría respecto de cómo los ejecutivos pueden influenciar, alentar y ascender sin la necesidad de decir nada. Pero la pandemia ha hecho que buena parte de ese servicio se vuelva irrelevante.
Abundantes estudios han examinado el comportamiento no verbal que marca a los “líderes emergentes”, gente que no tiene un rol jerárquico específico pero que asume con naturalidad una posición de autoridad en el grupo. Destacan por sus tics: asienten con la cabeza, tocan a otros pero no a sí mismos, gesticulan, arrugan el entrecejo, se mantienen erguidos y sus expresiones faciales son más vivaces.
Otra investigación indica que, para ganar votos, los candidatos deben pronunciar sus discursos con los pies separados. La segunda TED Talk más popular asegura que dos minutos de “posar con actitud” en privado, con las manos en las caderas, pueden infundir confianza en el postulante a un empleo y mejorar las percepciones que otros tienen de él o ella.
Asimismo, sostener la mirada puede fomentar una sensación de seguridad sicológica y conferir autoridad: en una reciente monografía, un trío de investigadores de la Escuela de Negocios de Harvard halló que recibir más contacto visual de altos directivos genera mayor participación en interacciones grupales. Los líderes que adoptan una postura corporal abierta, sin cruzar brazos y piernas, también tienen mayor probabilidad de incentivar la contribución en el grupo.
No obstante, hay tres problemas con este cuerpo de investigación sobre comunicación no verbal. Uno es que gran parte es obvia. Asentir en lugar de sacudir la cabeza, mostrando incredulidad, cuando alguien le habla a uno, efectivamente emite una poderosa señal. Pero también lo es propinar un puñetazo y nadie piensa que analizar eso necesite un artículo en una revista académica.
Un segundo problema es que las personas buscan cosas distintas de sus jefes. Fruncir el ceño es visto como marca de líderes emergentes pero no de líderes comprensivos; lo contrario es cierto para la sonrisa (el efecto de sonreír con las cejas caídas pide a gritos ser estudiado). Una reciente monografía encontró que los hombres cuyos jefes usan emojis en sus e-mails –una forma de comunicación no del todo verbal– los consideran más eficientes, pero las mujeres opinan lo opuesto.
El tercer problema es nuevo. Casi toda la investigación sobre lenguaje corporal data de una época de interacciones presenciales. Pero incluso cuando la pandemia amaine y las oficinas en Occidente vuelvan a llenarse, la mayoría de edificios no recuperará su plena capacidad. Los empleados seguirán haciendo teletrabajo al menos en parte de la semana y Zoom continuará siendo integral para sus vidas laborales. Y si hay algo para lo que las interacciones online no sirven, es para el lenguaje corporal.
Esto se explica, en parte, porque los cuerpos están mayormente ocultos a la vista: es difícil percibir cualquier lenguaje que estén hablando. Uno conoce a las parejas, mascotas y estilo de decoración hogareño de nuevos colegas antes de saber si son altos o bajos. Y aunque los rostros llenan la pantalla en las videoconferencias, es imposible hacer un contacto visual que exprese algo significativo. Una vez que se supera un umbral básico de atención –digamos, no mirar la pantalla del teléfono– la mayoría de personas tiene la misma mirada vidriosa.
Y si aparecen varios rostros, estos participantes no tienen cómo saber si uno está mirando específicamente a alguno de ellos (admitámoslo, el rostro que se observa con mayor interés es el de uno mismo). Si la cámara no está bien encuadrada, uno podría pensar que está mirando con atención a su equipo, pero en realidad estaría dándoles una vista de sus fosas nasales. Las expresiones vivaces son difíciles de detectar, en particular cuando las personas que participan en reuniones híbridas en la oficina parecen figuras inanimadas sentadas a metros de distancia.
No hay vías óptimas para compensar estos problemas. Una táctica es adoptar una expresividad extrema, como asentir frenéticamente y gesticular enloquecidamente –un pequeño mosaico en Zoom de energía enjaulada en alguna esquina de la pantalla–. Otra es acercar tanto el rostro a la cámara, que provocará pesadillas en el resto.
La opción más simple es no pensar demasiado en el lenguaje corporal. En pocos momentos específicos, tales como entrevistas de trabajo y presentaciones formales y cuidadosamente estructuradas, las primeras impresiones son importantes y para ello, es útil una postura corporal que transmita confianza en uno mismo.
Pero posar no es liderar. Si uno quiere que la gente descanse de mirar a la pantalla, apagar la cámara es una buena respuesta. Si uno quiere mover las cejas arriba-abajo, que lo haga nomás. Y si necesita que le digan que mirar a alguien hace que se sienta validado, entonces tiene graves problemas.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022