Los fondos soberanos, como en tantas otras dimensiones, manifiestan también las desigualdades de la región. Actualmente hay diez fondos soberanos en América Latina y el Caribe, aunque dos no están operativos—el de Venezuela está congelado desde 2011 y el de Surinam aún no se ha puesto en marcha.  (Foto: iStock)
Los fondos soberanos, como en tantas otras dimensiones, manifiestan también las desigualdades de la región. Actualmente hay diez fondos soberanos en América Latina y el Caribe, aunque dos no están operativos—el de Venezuela está congelado desde 2011 y el de Surinam aún no se ha puesto en marcha. (Foto: iStock)

Profesor Asociado y Director, Sovereign Wealth Research, Center for the Governance of Change, IE University

Head, Funding Department & LATAM Desk, ICEX-Invest in Spain

Los efectos de la pandemia en América Latina van a ser duraderos y profundos. En marzo de 2020, cuando las infecciones de SARS-CoV-2 llegaron a la región, en América Latina y el Caribe solo un cuarto de la población podía trabajar desde casa. Las políticas de distanciamiento aplicadas en todo el mundo supusieron la paralización de las economías latinas. Un 45% de los puestos de trabajo de la región requieren un contacto estrecho entre personas, frente al 30% de la media de los mercados emergentes. En abril de 2021, un tercio de la población está en situación de pobreza: 22 millones de personas más que en 2019. Además, la mitad de la población carece de cobertura médica, según datos de CEPAL. La región es la más golpeada del mundo en desarrollo y sufre su crisis económica más dura en 120 años, con la contracción del 7% del PIB en 2020 y una insuficiente recuperación prevista del 4.6% en 2021.

La necesidad de trabajar para sobrevivir, dada la escasa cobertura social y la informalidad de la economía, hizo que los contagios se dispararan en muchos países. En términos relativos, América Latina alberga el 7% de la población mundial, pero aglutina el 27% de los fallecidos por Covid-19. Algunos países, como Perú, Brasil o México tienen tasas de fallecidos (por cada 100,000 habitantes) entre las más altas del mundo, similares a las de Estados Unidos aunque menores que Reino Unido o miembros de la UE como Italia, República Checa, Hungría o Bélgica. A la vez, y mostrando las desigualdades tan patentes en la región, Uruguay y, sobre todo, Chile, lideran la vacunación mundial con 36 y 66 dosis por cada 100 habitantes. Mientras que pesos pesados como Brasil, México, Argentina o Colombia se descuelgan con cifras que oscilan entre las 15 y las 7 inyecciones por cada 100 habitantes.

Ante el desolador panorama que deja la pandemia, los esfuerzos de los gobiernos por paliar la crisis sanitaria, económica y social, encontraron en los fondos soberanos un aliado quizá inesperado para muchos. Los fondos soberanos son vehículos de inversión controlados por los gobiernos que cumplen diferentes misiones (estabilización, ahorro, desarrollo) y tienen un horizonte de largo plazo. Pues bien, al menos 13.200 millones de dólares acumulados en estos fondos de estabilización e inversión fueron utilizados por los gobiernos para hacer frente a las múltiples necesidades que el virus generó.

Los fondos soberanos, como en tantas otras dimensiones, manifiestan también las desigualdades de la región. Actualmente hay diez fondos soberanos en América Latina y el Caribe, aunque dos no están operativos—el de Venezuela está congelado desde 2011 y el de Surinam aún no se ha puesto en marcha. En total, los fondos gestionaban 42.000 millones de dólares antes de la pandemia. A marzo de 2021, los cofres soberanos cuentan son 29.000 millones, tras el compromiso o uso que se ha hecho de estos vehículos de estabilización. Perú, Colombia y Chile, representaron el 92% del esfuerzo soberano durante la crisis en la región.

Con su papel estabilizador, los fondos soberanos han fortalecido el mensaje de prudencia macroeconómica de estos mismos países andinos. En la parte más incierta de la crisis, Perú emitía deuda de ultra-largo plazo a costes históricamente bajos: los inversores triplicaron la oferta de bonos, apoyados por la estabilidad y responsabilidad ligada al Fondo de Estabilización Fiscal, que contaba entonces con casi US$ 5,500 millones, que fueron usados para soportar los gastos crecientes del sistema de salud y proveer de ayudas directas a las familias. De manera similar, casi el 90% del Fondo de Ahorro y Estabilización en Colombia, US$ 3,230 millones, fue utilizado para financiar el FOME, el vehículo de emergencia creado para resistir a la crisis. Urge recapitalizar los fondos tan pronto como sea posible y, sobre todo, mantener una prudencia fiscal futura cuando pase este periodo de gasto público extraordinario necesario.

Los fondos soberanos que tienen una misión de estabilización (la mayoría en la región) suelen tener una rentabilidad financiera limitada por su exposición a activos de bajo riesgo. Pero ayudan a sus países en dos dimensiones: primero, a construir y mantener la reputación que conlleva en las economías en desarrollo la prudencia fiscal; y, segundo, a mitigar los efectos adversos de desajustes fiscales producidos por shocks financieros, climáticos o sociales. Poder contar con la liquidez acumulada en los años de bonanza para desplegar el paraguas soberano cuando arrecia la tormenta.

Como hemos visto durante la pandemia, los fondos de América Latina han sido utilizados fundamentalmente como colchones fiscales. Sin embargo, existe una ventana de oportunidad para la región en el desarrollo de una estrategia más ambiciosa para sus fondos soberanos. En primer lugar, que aúne los objetivos de carácter fiscal con objetivos de desarrollo. El avance hacia esta estrategia requiere importantes cambios en la misión, mandatos, estructura y funcionamiento de los fondos soberanos que actualmente operan en la región. De hecho, los grandes fondos soberanos de otras geografías han sido claves en la financiación de la estrategia de desarrollo económico de sus países, al incorporarla como uno de sus mandatos principales. Es el caso del emiratí Mubadala, pieza clave en la estrategia de desarrollo industrial y diversificación sectorial y menor dependencia de hidrocarburos llevada a cabo por el Gobierno de Abu Dabi. También es el caso del fondo soberano de Singapur Temasek, que ha sido clave en el desarrollo de numerosas industrias mediante el apoyo financiero de empresas públicas en sectores como telecomunicaciones, transporte o sector aéreo, participando en compañías como Singapore Telecommunications Limited, Singapore Technologies Engineering o Singapore Airlines, respectivamente.

En segundo lugar, América Latina ha tenido tradicionalmente un nivel de inversión reducido, que ha perjudicado su capacidad de crecimiento y desarrollo. La media anual de la región en inversión sobre PIB en los últimos 30 años es 15 puntos menor a la de la región “Asia emergente”. Esta brecha de inversión puede ser en parte cubierta a través de la atracción de inversión extranjera, a la que pueden contribuir los fondos soberanos. En los últimos años, estos vehículos institucionales han incorporado a su estrategia la coinversión, lo que les ha permitido generar arrastre sobre otros inversores internacionales para la realización de operaciones locales de forma sindicada. Estas estructuras se producen cuando los fondos comparten una visión de largo plazo y generan notables ventajas a los inversores internacionales al permitirles ejecutar una estrategia de diversificación geográfica y en tipología de activos; además se puede ganar escala (y capacidad de negociación) en las operaciones, aumenta el conocimiento de la industria local reduciendo el riesgo país y puede elevar la reputación de los miembros de los consorcios.

Habitualmente, los fondos soberanos locales coinvierten con fondos soberanos o fondos de pensiones de otros países, así como con grandes jugadores de la industria del private equity. Abundan los ejemplos, tanto en mercados desarrollados como en desarrollo. Entre los últimos, destacan los equemas seguidos por Nigeria Sovereign Investment Authority, Russian Direct Investment Fund o el National Infrastructure Investment Fund de India.

Además, estos fondos de desarrollo y estructuras de coinversión operan de forma habitual en sectores y tipos de activos donde América Latina cuenta con importantes brechas para su desarrollo. Así, la inversión en infraestructuras o en compañías innovadoras con elevada capacidad de crecimiento son preferidas por este tipo de vehículos de coinversión. Por ejemplo, NSIA participa en un proyecto de gas natural junto al fondo soberano marroquí con el objetivo último de llevar gas no solamente al oeste de Africa sino también a Europa. Otro ejemplo es el fondo soberano de Senegal (Fonds Souverain d’Investissements Stratégiques, “FONSIS”) que ha financiado proyectos de infraestructuras residenciales o zonas económicas especiales en el oeste del país, con ayuda también de inversores internacionales y banco multilaterales. Podríamos imaginar esquemas parecidos en múltiples países de América Latina y el Caribe. Fondos soberanos de estabilización y estratégicos que activen palancas de desarrollo sostenible y beneficien a las generaciones presentes y futuras.