
El capital humano se traduce en beneficio social gracias a un componente: la investigación. En esa línea, entidades públicas y privadas están llamadas a crear mecanismos de financiamiento que impulsen la exploración académica. ¿Cómo transita este esfuerzo plural en el Perú?
En exclusiva para Gestión, María Isabel León, presidenta del Comité Estratégico de Educación de IPAE, precisa qué mecanismos posicionan a la búsqueda de conocimientos en la carpeta de interés nacional.
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La teoría del ‘triángulo perfecto’
La también directora de Gabinete de Presidencia en Telefónica del Perú aborda las cifras para destacar la urgencia de la indagación científica en la agenda pública: “A nivel de Alianza del Pacífico y de la región, el Perú invierte más o menos entre 1% y 1.7% del PBI en investigación, el resto de países está por encima del 2%. Parece una diferencia mínima, pero es bastante”.
Especifica, así, que el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) cuenta con cerca de S/ 238 millones de inversión para el 2025. “Es una cifra muy pequeña”, califica.
Con la intención de enumerar una primera vía de salvamento, cita a Roque Benavides, su antecesor en el liderazgo de la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep).
“Él dejó fundada la triple hélice: el Estado, el sector privado y la academia. Es la vinculación que se debe producir en todos los trabajos de innovación. El Estado puede destinar recursos de los impuestos para este tema; el sector privado puede canalizar estos recursos a través de las necesidades que tienen dentro de sus instituciones; y el match se cierra con el mundo académico, donde se pueden desarrollar los proyectos junto con los estudiantes y docentes”, argumenta.
Desde su perspectiva, las partes de este ‘triángulo perfecto’ —como también lo llama— todavía se encuentran aisladas. Por un lado, las compañías gozan de beneficios tributarios si dedican cierto presupuesto a la innovación. Por otro lado, el Concytec, adscrito a la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), incentiva sin un mapa claro la participación de las universidades.
“Los tres deben asociarse y sostener un propósito más real”, acota León. Y agrega: “La unión de estos tres elementos no pasa por más regulación, sino, probablemente, por más mesas de trabajo. En el sector privado existen gremios empresariales que podrían trabajar representando a los diferentes sectores; y, en la academia, miles de alumnos podrían canalizar sus iniciativas a través de las asociaciones de universidades públicas y privadas que tengan el mismo interés”.
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El talento suspendido, otro inconveniente
Si bien Concytec desempeña un papel protagonista en la promoción y apoyo a la investigación científica en las universidades peruanas, hay iniciativas individuales que no encuentran lumbre, asegura la especialista.
“Hay quienes no saben cómo canalizar sus ideas o se topan con mucha burocracia en los procesos para acceder a fondos. Tienen que presentar las propuestas, describirlas, transcribirlas, un montón de trámites que probablemente los desanimen a seguir. En ese esfuerzo, queda afuera bastante gente”, refiere.
Al respecto, hace hincapié en la fórmula de motivación y guía que se ubica en la cancha de las empresas. Insiste, por tanto, en hacer uso de ella con mayor periodicidad.
“Las compañías no pueden hacer lo mismo todos los años porque eso no redunda en un beneficio. [...] La innovación, en cambio, representa un retorno. Yape, por ejemplo, ha generado un desarrollo financiero al banco y a la comunidad”, sugiere.
Observa, incluso, que hay sectores económicos más propensos a valerse de la investigación —y del talento que la sostiene— para progresar: la agroexportación, la construcción y la salud.

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El colegio en la fórmula de innovación
De acuerdo con León, en la búsqueda de estímulos para convocar al talento, se debe incluir a los escolares.
“He sido testigo de cómo en los COAR (Colegio de Alto Rendimiento), los chicos desde tercero hasta quinto de secundaria desarrollan proyectos innovadores dentro de su malla curricular. Había muchachos de Puerto Maldonado que utilizaban las semillas de unas frutas de la zona y las convertían en tinta natural para las impresoras. Era un proceso que ellos ejecutaban a partir de los conocimientos en química”, expone.
Para aquella creatividad es oportuna una vitrina. Solo así la fórmula se repotencia, indica la experta.
“A veces no es una recompensa económica lo que se busca, sino poner el esfuerzo que hacen las personas para innovar a la vista de todas las demás. Por eso es que esa triple alianza entre el sector público, la empresa y la academia tiene que ser activada desde el colegio, no solamente en la educación superior”, recapitula.
Una de las palestras será, a propósito, el foro “Investigación aplicada para el desarrollo del país”, a cargo de Gestión y la Universidad Privada del Norte (UPN) y cuya fecha de lanzamiento es el 11 de junio. Junto con León, participarán Christian Mesía, Joanna Kámiche, Natasha Rovo y Omar Mariluz.
Puesta la lupa sobre la educación básica regular, resulta más sencillo revalorizar las iniciativas que luego pasan a las universidades e institutos.
“Alguien del sector empresarial puede poner interés en las ideas trabajadas de manera artesanal en un colegio y puede disponer dinero para desarrollarlas a un nivel mucho más alto, más perfeccionado. Sería maravilloso que se gesten desde la escuela. Los mismos niños encontrarían un estímulo aparte al ver que sus iniciativas sí son atendidas y tienen la posibilidad de causar una mejora en la calidad de vida de los demás”, añade León.

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Crisis de desconfianza en el Perú
Un principio que trastoca al deseo de invertir en la innovación es la desconfianza. Es cierto que los perfiles de científicos y docentes cuentan con un grado mayor de credulidad entre los peruanos —de acuerdo con el estudio Edelman Trust Barometer 2025—, pero León advierte que el concepto de líder está tan deteriorado, que el escepticismo es la primera opción.
“Va a llegar un momento en que, si los perfiles de estos investigadores saltan a la esfera pública, también van a ser criticados. En este país hay un nivel tan alto de nocividad y de desconfianza de los unos hacia los otros que hace que cualquier cosa, incluso con buena fe, caiga en el saco de la crítica”, analiza.
Ante este panorama, considera que los líderes deben pregonar con el ejemplo “para poder tratar de devolverle a la gente algo de esperanza”.
Puntualmente, el agujero que la ausencia de fe le hace a la investigación se vincula con el empresariado: a menor certidumbre de resultados sinceros, mayor recelo de inversión en propósitos aún nacientes.
“La crisis de confianza que vivimos impacta en todo, en absolutamente todo, y se refleja en el sector empresarial, que es el que produce trabajo finalmente. En el país tenemos un 30% de formalidad y 70% de informalidad. Sin embargo, ese 30% de formalidad de las empresas más grandes es el generador de empleo y del ingreso para el fisco”, manifiesta.
Con ello, resalta que el financiamiento del conjunto empresarial formal merece una vigilancia estratégica.