Por Clara Ferreira Marques
Es probable que el hombre de Davos haya perdido la oportunidad de retirarse con gracia.
Este espacio alpino favorito del ejecutivo trotamundos para charlar de trabajo, entre otras cosas, ha sido pospuesto hasta principios del próximo verano, y los organizadores se conformarán con una alternativa digital a menor escala en la agenda habitual de enero.
Tienen razón al decir que urge que el mundo se reinicie después de los estragos sociales y económicos de una pandemia. No obstante, es más cuestionable definir si el Foro Económico Mundial es el lugar adecuado para trazar este camino. El año 2020 ha, cuanto menos, demostrado cuánto necesita la sociedad escuchar nuevas voces. La constante capacidad de la multitud de Davos de ser superada en los principales temas del día sugiere la necesidad de un tipo diferente de reunión.
El evento se realiza hace 50 años y no ha cambiado el mundo, a pesar de su elevada misión. Sin embargo, representa indudablemente una hazaña impresionante.
El fundador, Klaus Schwab, convirtió una reunión en una sencilla estación de esquí suiza en un acontecimiento de 3,000 personas que se ha vuelto clave para la élite global, creando de paso un imperio de liderazgo de pensamiento sin ánimo de lucro con ingresos anuales de aproximadamente US$ 380 millones. Incluso a él le ha resultado difícil repetir el milagro con miniversiones en otros lugares.
Pese a todas las bromas sobre multimillonarios fuera de contacto en las cimas de montañas, Davos cumple un propósito al reunir a ejecutivos, formuladores de políticas y activistas que rara vez están en el mismo lugar al mismo tiempo.
Incluso tiene algunos aspectos democráticos: es difícil para todos encontrar alojamiento decente cerca del centro de convenciones. Hasta directores ejecutivos, grandes generadores de negocios y Bono tienen que lidiar con filas para el guardarropas y el punto de seguridad. La mayoría de los delegados recorren las frías aceras de la ciudad a pie.
Sin embargo, nada de eso hace que Davos sea el lugar adecuado para diseñar un nuevo orden económico y social, o para arreglar las profundas divisiones dejadas al descubierto por la pandemia.
De hecho, casi todo lo demás sobre el evento, desde su ubicación inaccesible hasta las cuotas de membresía del FEM, está lo más alejado posible de los requisitos para un mundo posCOVID inclusivo. Para ello se requeriría un lugar que permita silenciar el liderazgo de pensamiento el tiempo suficiente para que se escuchen opiniones más calmadas.
Davos ha llegado lejos desde que fui por primera vez a mediados de la década del 2000. Entonces, vi a pocas mujeres que no fueran elegantes esposas de delegados. Mis compatriotas eran los que servían el café. Los organizadores ahora presionan a las compañías para que haya diversidad en sus equipos.
Sin embargo, las mujeres siguen representando menos de uno de cada cuatro asistentes, mientras que podría haber mucha más presencia de asiáticos, africanos y latinoamericanos. A la final, este es un lugar que fomenta una élite dentro de la élite, donde los participantes se pierden en la jerarquía inflexible de escarapelas de colores y círculos concéntricos de poder. Solo en los desfiles de moda milaneses he visto una habilidad similar para dividir al público en castas.
Con todas las simulaciones de refugiados y los desayunos de mujeres, Davos no está sincronizado. Es demasiado fácil caricaturizar a ejecutivos que viajan en jets privados para escuchar discursos sobre el cambio climático, o que discuten la desigualdad pero no el pago ejecutivo.
El historiador holandés Rutger Bregman causó sensación en 2019 al sugerir que se debería hablar menos de filantropía y más de evasión fiscal. Era una conferencia de bomberos, bromeó, en la que nadie hablaba de agua.
No fue invitado nuevamente. Es más difícil que nunca en el 2020 que políticos e incluso ejecutivos puedan justificar el viaje, especialmente con otras reuniones de élite que sencillamente se llevan a cabo en línea, como el retiro anual de la Reserva Federal de EE.UU. en Jackson Hole, Wyoming.
Mi colega Mark Gilbert escribió en abril sobre el gestor de fondos Standard Life Aberdeen, que donó los casi US$ 4 millones que se habría gastado a proyectos comunitarios. Otros podrían optar por seguir el ejemplo.
Pero hay una razón más importante para hallar un foro alternativo que decida cómo debería ser el mundo después del coronavirus. No, no es solo que nos estamos alejando de las opiniones pannacionales y favorables al mercado que han mantenido a Davos con vida durante mucho tiempo.
Es bastante simple: la multitud de Davos a menudo se equivoca, incluso si rara vez es lo suficientemente consciente de sí misma como para dudar de sus puntos de vista.
No previó la crisis financiera mundial y, en el 2007 y 2008, descartó la amenaza. Desestimó a Donald Trump y no esperaba el Brexit, o incluso otras oleadas populistas. El príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman era un joven reformador que recibiría apoyo, meses antes del asesinato del periodista Jamal Khashoggi.
En enero de este año, pocos estaban preocupados por el nuevo coronavirus que emergía, aunque los asuntos climáticos y el clima extremo por fin habían logrado ocupar los primeros puestos de la lista de preocupaciones.
Se debe en parte al efecto de cámara de eco y el sesgo humano, pero también es la falta de diversidad lo que hace que sea tan difícil escuchar diferentes líneas de pensamiento. Infortunadamente, puede que lo que necesitemos sea precisamente esas líneas de pensamiento.