En las barriadas de la capital peruana, Lima, las ollas comunes se esfuerzan por alimentar a algunos de los residentes más pobres y vulnerables del país, reduciendo las proteínas y aumentando los carbohidratos, mientras los precios de los alimentos se disparan.
“El alza de precios es enorme”, afirma Jenifer Mondalgo, presidenta de la Asociación de Comedores Sociales de la barriada de Pamplona Alta. “El pollo tiene un precio inaccesible. Para nosotros, como ollas comunes, el pollo no existe”.
Mondalgo dijo que han tenido que recurrir a suplicar en el mercado para que les regalen huesos, pieles u otros restos para poder servir al menos algo de proteína animal.
Durante años, las ollas comunes ofrecían el almuerzo a S/ 1 (US$ 27 centavos), pero ahora los líderes comunitarios se han visto obligados a cobrar S/ 1.50.
Mientras gran parte del mundo lidia con la alta inflación provocada por la crisis ucraniana, la situación es peor en el sur del mundo, que siempre ha tenido que arreglárselas para ganarse la vida y podría empezar a pasar hambre cualquier día.
La guerra también ha provocado una crisis mundial en el suministro de fertilizantes, lo que afecta directamente al costo de los alimentos.
En Pamplona Alta, los habitantes de los barrios marginales buscan comida en la basura. Estos suburbios limeños han sido durante mucho tiempo la primera parada de los peruanos que se desplazan desde los Andes a la ciudad en busca de oportunidades.
La inflación en Perú es la más alta en un cuarto de siglo y la subida de precios está afectando de forma desproporcionada a los alimentos. El alza de precios ya ha desencadenado protestas en todo el país que han hecho que el gobierno se esfuerce por encontrar formas de reducir los costos.
El presidente Pedro Castillo se comprometió a reducir los precios mediante la exención del impuesto sobre las ventas de alimentos básicos, pero aún está en debate qué artículos merecen la reducción de los gravámenes.
Perú también ha aumentado el salario mínimo en un 10%, hasta los S/ 1,025, y ha ofrecido vales para subvencionar el gas de cocina a los más vulnerables.
“Hay mucha diferencia. Cosas como las verduras y papas están carísimas”, dijo Elena Rodríguez, residente de Pamplona Alta. “Ya no sé qué hacer”.
El lunes, una olla común sirvió arroz con lentejas, así como un plato cada vez más raro: sopa de pollo, gracias a una donación de huesos en el mercado a primera hora del día.
El aceite vegetal ha subido un 50% en el último año, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Esto ha obligado a los pobres a buscar formas de arreglárselas, como recoger la grasa de cerdo sobrante para utilizarla en otros platos.
“Si las ollas comunes ya no existieran, la vida para nosotras las mamás sería atroz”, dijo María Sánchez, que gasta casi S/ 200 al mes en su olla común local para alimentar a su familia de seis miembros. “No sabríamos qué comprar en el mercado, porque todo vale caro”.