Por Parmy Olson
Una red social administrada de forma privada por un defensor multimillonario de la libertad de expresión, con un presupuesto reducido, en la que se mueven políticos con millones de seguidores y con normas de contenido muy flexibles. ¿Le suena conocida?
Esa es la dirección que está tomando Twitter Inc. bajo el mando de Elon Musk, pero también es la iteración actual de Telegram, una aplicación de mensajería y divulgación que es relativamente desconocida en Estados Unidos pero que duplica con creces el tamaño de Twitter, con alrededor de 700 millones de usuarios activos, y hasta funciona con menos personal.
Mientras Musk busca que Twitter se convierta en un paraíso sin ley —al descartar sus normas de desinformación sobre COVID-19 y reincorporar miles de cuentas previamente prohibidas—, hay quienes comparan la plataforma con 4chan, el caótico foro en el que proliferan pornografía y memes racistas. Pero Telegram, que se ha convertido en un servicio de difusión similar a Twitter, ofrece un formato más realista. Su crecimiento continuo sugiere un futuro que los críticos de Musk (yo incluida) encontrarán difícil de asimilar: aunque Twitter agote el efectivo, el personal y los usuarios famosos, aún podría prosperar con la actividad misma que permite.
Telegram fue fundada como una aplicación de mensajería por Pavel Durov, un multimillonario nacido en Rusia cuyas sólidas opiniones sobre la libertad de expresión se reflejan en las escasas reglas de conducta de la aplicación. Mientras Twitter tiene 16 reglas sobre contenido, Telegram tiene solo tres.
Las medidas más recientes de Musk sugieren que reducirá las políticas de Twitter al tamaño de las de Telegram, inicialmente con un enfoque más laxo en su aplicación. Pero pagará el precio con la pérdida de ingresos por publicidad y de nombres famosos, al igual que Telegram. A pesar de su enorme tamaño, la plataforma de Durov cuenta con la presencia de solo un puñado de actores de Bollywood y líderes como el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski y el expresidente de Estados Unidos Donald Trump Jr.
La razón, que no sorprenderá a nadie, es que a los líderes gubernamentales, las celebridades y las grandes marcas no les gusta compartir espacio con una creciente red de extremistas. En Telegram está el influencer de QAnon GhostEzra (177,000 seguidores), el propagandista de la supremacía blanca Jack Posobiec (187,000 seguidores) y la activista antimusulmana y candidata política estadounidense Laura Loomer (31,400 seguidores). La pornografía y los esquemas cripto tipo pump and dump también son algunos de los canales más populares de la aplicación, con millones de seguidores.
Por supuesto, el mundo del contenido es un universo gris, y no tener reglas no es del todo malo. Telegram logró evitar ser prohibido en Rusia este año porque no hace nada contra la desinformación, lo que significa que no eliminó la propaganda del Kremlin sobre su “operación militar especial” en Ucrania, a diferencia de YouTube, Facebook y Twitter. Eso permitió que Telegram se convirtiera para los ciudadanos rusos en una inusual puerta hacia la verdad sobre la guerra.
Es importante destacar que, para Musk, tener menos reglas también es más barato, ya que no necesita miles de moderadores de contenido y personal de políticas para aplicar su cumplimiento. Mientras que Facebook tiene aproximadamente 15,000 moderadores, Telegram se las arregla con unos pocos cientos.
Musk se mueve nuevamente en esa dirección, ya que recientemente eliminó el 80% de los contratistas de Twitter que en su mayoría se dedicaban a la aplicación de sus reglas de contenido. En la jerga de Musk, esto hace que Twitter vuelva a ser más una “empresa de tecnología”, donde los ingenieros y los programadores informáticos son los protagonistas y no el personal de políticas. Claro, estos últimos han ayudado a evitar que Twitter socave la democracia, pero también pesan sobre los márgenes.
En ciertos casos, Telegram ha ido a la delantera de Musk. Por ejemplo, Durov tuvo un enfrentamiento público con Apple en el 2020 por su tarifa de suscripción del 30% dos años antes que Musk, y también hizo el lanzamiento de la suscripción de US$ 5 de Telegram en junio, mientras que Twitter lanzará su tarifa de US$ 8 cuando llegue el momento dado.
En última instancia, la continua popularidad de Telegram disipa cualquier idea de que Twitter morirá. Celebridades como Whoopi Goldberg, Jim Carrey y Trent Reznor —que mencionaron una mayor toxicidad bajo Musk— seguirán yéndose, pero muchos otros se quedarán y se resignarán a estar en un mismo espacio con influencers antivacunas y aquellos que niegan la existencia del holocausto.
Las redes sociales más grandes hoy en día están arraigadas. Incluso Facebook, a pesar de su declive financiero, continúa atrayendo a 2,000 millones de usuarios diarios. Además, el enorme recorte de costos de Musk en Twitter demuestra que no se necesitan grandes ejércitos de personas para mantener estos servicios en funcionamiento. WhatsApp, antes de que Facebook lo comprara en el 2015, tenía 450 millones de usuarios activos y una plantilla de tan solo 55 personas.
Si los ingresos de Twitter caen ante un éxodo total de anunciantes, Musk probablemente podría administrar Twitter con un personal aún más reducido, financiando la operación con esas tarifas de US$ 8, algunos anuncios restantes y su participación en Tesla Inc. Enfrentaría algunos dolores de cabeza regulatorios significativos en Europa, pero el sitio se mantendría vivo y lleno de actividad, aunque con una gama más amplia de defensores de la criptografía y actores mediocres.
Telegram muestra que aunque se pierda el dinero, las normas y los anunciantes, la gente tiende a quedarse. Será igual con Twitter. Pero no será agradable.