Los inversionistas están al tanto del ascenso de la fabricante de vehículos eléctricos Tesla, cuyas acciones valen casi nueve veces más que al inicio del 2019. Pero no es la excepción. Líderes políticos en todo el mundo empiezan a emitir señales más claras de su voluntad de combatir el cambio climático y el sector privado también se está entusiasmando. Hay un boom verde.
Las acciones de más de 40 empresas ecológicas han triplicado su valor desde inicios del 2019 e incluyen todo tipo de ahorradoras de emisión de carbono, desde plantas solares hasta fabricantes de pilas de combustible de hidrógeno. Entretanto, muchas grandes de otras industrias se han puesto a alardear de sus credenciales verdes. Los precios de acciones de empresas de energías renovables se han pausado las últimas semanas, en parte porque a los inversionistas les preocupa una posible subida de las tasas de interés, pero otros activos han alzado vuelo.
El boom refleja una demanda creciente de los inversionistas. Todos, desde las gigantes petroleras hasta los que negocian en WallStreetBets, están derrochando en proyectos y valores ecológicos. Por su parte, el sector de administración de activos está marqueteando un estilo de inversión que pretende tener en cuenta factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG). En lo que va del año, las entradas de capital a fondos ASG representan el 25% del total (eran 10% el 2018). En promedio, dos nuevos fondos ASG son lanzados por día.
Por desgracia, el boom ha estado acompañado de un rampante “lavado verde”. Según un análisis de The Economist de los 20 mayores fondos ASG del mundo, en promedio, cada uno tiene inversiones en 17 productoras de combustible fósil. Seis lo han hecho en ExxonMobil, la petrolera más grande de Estados Unidos y dos en la saudita Aramco, la más grande del mundo. Tampoco son campeones de la virtud social: invierten en empresas de apuestas, licor y tabaco.
Los gobiernos están comenzando a prestar atención. En el mandato de Donald Trump, los reguladores intentaron lastrar la inversión ASG porque la Casa Blanca la veía como una conspiración de izquierda. En cambio, el Gobierno de Joe Biden la ve como una potencial arma para combatir el cambio climático. Pero a la reguladora de Wall Street (la SEC) le preocupa que los fondos ASG estén engañando a los inversionistas.
¿Qué debieran hacer los gobiernos? Una posibilidad es seguir el enfoque de la Unión Europea (UE). Su Green Deal incluye muchas reglas nuevas sobre finanzas socialmente responsables. Su base es una elaborada clasificación que cubre unas 70 actividades y su objetivo es decirles a los inversionistas qué es verde y qué no. Inevitablemente, el esfuerzo ha encontrado dificultades. Los países miembros han hecho lobby para que se consideren como verdes sus fuentes de energía preferidas. Polonia y Rumania, entre otros, quieren que el gas natural se agregue a la lista.
Pero en lugar que la UE juegue a ser Dios, los inversionistas pueden decidir por ellos mismos qué es verde, aunque para ello necesitan una fuerte mejora en la transparencia de la información corporativa. El sistema actual de divulgación mayormente voluntaria está plagado de problemas. Las empresas difunden mucho autobombo irrelevante pero no suelen revelar las pocas cosas que sí importan.
Idealmente, una administradora de activos tendría que ser capaz de calcular la huella de carbono de su portafolio y cómo podría cambiar con el tiempo. Pero muchas empresas no divulgan sus emisiones de carbono de manera rigurosa y, con frecuencia, los indicadores hechos públicos se superponen, lo que genera una doble contabilización.
Un sistema mejorado obligaría a las empresas a revelar su huella de carbono total, incluyendo las emisiones de productos que venden y de bienes y servicios que compran. También ayudaría que las grandes contaminadoras manifiesten cómo esperan que su huella de carbono cambie y la inversión necesaria para adoptar procesos con bajo uso de carbono. De esa manera, un inversionista podría calcular el monto de contaminación del cual su portafolio es responsable y cómo podría verse en el futuro.
Los resultados de dicha divulgación podrían sorprender. The Economist estima que las empresas listadas en bolsa no controladas por el Estado representan entre 14% y 32% de las emisiones mundiales de carbono -de modo que la inversión verde solo es parte de la respuesta-. Alrededor del 5% representa el 80% de las emisiones totales y en su mayoría son petroleras, servicios públicos, cementeras y mineras. Una mejor información también mostraría que solo un ínfimo número de empresas invierte fuertemente en energía renovable o tecnologías de avanzada.
El efecto combinado sería desacreditar la idea de que montones en el mundo corporativo y en el negocio de administración de activos son héroes salvadores del planeta. Y ayudaría a los inversionistas a poner su dinero en empresas verdaderamente verdes, lo que asegurará una mejor asignación del capital y una transición energética más rápida.
Traducido para Gestión por: Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021