El año pasado fue terrible para los viajes de todo tipo. Pero Larry Culp, CEO de General Electric (GE) –cuyo negocio de motores de reacción se paralizó por el desplome de la aviación–, percibió US$ 73 millones, casi el triple de su paga del 2019. El CEO de la cadena Hilton, Christopher Nassetta, ganó US$ 55.9 millones, 161% más. Norwegian Cruise Line, que describió el 2020 como el peor año de su historia, más que duplicó la remuneración total de su CEO, Frank Del Rio, hasta US$ 36.4 millones.
Los tres figuran entre los titanes corporativos que redujeron su sueldo básico y/o bonificaciones durante la pandemia, pero se embolsicaron mucho más gracias a hábiles trucos. Muchos directorios maquillaron el impacto del covid-19 sobre los honorarios basados en desempeño, ya sea removiendo uno o dos trimestres de cifras malas o emitiendo nuevas opciones de acciones –fue el caso de los mencionados CEO–.
El resultado fue la continuación del inexorable incremento de la paga de los CEO en Estados Unidos, en un año de desempleo masivo. Según la firma de data MyLogIQ, la mediana de la remuneración de 450 CEO de compañías del índice S&P 500 fue US$ 13.2 millones el 2020, quinto año consecutivo al alza. Nassetta y Del Rio están entre las dos docenas de CEO que obtuvieron aumentos pese a que sus empresas perdieron dinero.
¿Ahora viene el cargamontón de los inversionistas? En lo que va del 2021, hay accionistas que han utilizado su derecho a votar sobre los honorarios de ejecutivos con el fin de reprobar a un inusual amplio número de grandes empresas por manipular sus políticas remunerativas, entre ellas GE, AT&T, IBM y la farmacéutica Walgreens Boots Alliance. No es algo malo si es indicativo del hartazgo de las instituciones y de que busquen convencer a los directorios de poner fin a las retribuciones estratosféricas. Pero no hay que apostar por ello.
Se trata de un asunto espinoso. Durante la Segunda Guerra Mundial, los honorarios de los CEO cayeron y en los 30 años siguientes, apenas se movieron. Pero desde entonces, su elevación ha sido un supuesto bastante fiable: su nivel promedio creció alrededor de diez veces desde mediados de los 70, sobrepasando con creces el ingreso promedio de los trabajadores. En un mercado global tan competitivo, las altas remuneraciones podrían justificarse para reclutar y retener a los mejores.
No obstante, sus méritos se diluyen cuando los CEO se benefician de los buenos tiempos, tipo un boom bursátil, pero no sufren las consecuencias del infortunio, como en una pandemia. Los directorios tienden a ignorar eso, quizás porque también se ven favorecidos al perpetuar un sistema que mantiene altos sus propios honorarios. No son el único problema, también están los inversionistas pusilánimes.
Antes de la pandemia, el promedio de votos que respaldaban propuestas remunerativas era 90% o más, según la consultora Semler Brossy. Esto contrasta con los votos en contra (más de la mitad el 2018 y 2019), en CalPERS, el fondo público de pensiones del país más franco en sus opiniones, debido a que los aumentos no se justificaban ante un desempeño mediocre. Pero las cosas parecen estar cambiando.
Según MyLogIQ, el porcentaje de empresas del S&P 500 que en lo que va del 2021 no ha votado a favor a elevar retribuciones es 6.1%, casi el triple que en todo el 2019. Las instituciones afirman que el tema se ha vuelto más acuciante porque el enfoque “cara, yo gano, sello, tú pierdes” es inequitativo. Sin embargo, los votos de protesta siguen siendo pocos, no son vinculantes y el número de recalibraciones en honorarios fue inusualmente alto, lo cual indica que su furia se habría enfriado. Por sí solos, esos votos no acabarán con el problema.
Es difícil imaginar qué lo solucionará. Muchos accionistas se sobrecogen ante la idea de impuestos y topes a las retribuciones, opciones que los demócratas están considerando. Pero los esfuerzos colectivos de los inversionistas para modificar el sistema también son endebles. Sus pedidos para extender el periodo en que los ejecutivos mantengan sus acciones no han sido escuchados. También han fracasado los intentos de eliminar la práctica de pagar a los CEO en función de lo que ganan otros en compañías del mismo sector.
Es bastante probable que en años venideros los accionistas se enfocarán menos en la paga y más en asuntos con carga emotiva, tales como género, diversidad racial y cambio climático. Se espera que para el 2022, los estándares ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) serán parte de muchos más esquemas remunerativos para CEO. En el largo plazo, esto podría ayudar a mejorar los retornos bursátiles.
Pero para el corto plazo, el riesgo es que mientras la supervisión sea laxa, algunos directorios usarán los criterios ASG para distraer la atención del pobre desempeño financiero. Un día, el mundo tendrá motivos para celebrar el impacto de un mayor énfasis en la sostenibilidad. Hasta que eso suceda, empero, algunos CEO no dudarán en usar ese tema para seguir llenándose los bolsillos.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021