El término “big tech” (“grandes tecnológicas”) se usa a menudo para describir al pequeño grupo de empresas digitales que se elevan por encima de la economía del siglo XXI. Juntas representan más del 20% del mercado bursátil de Estados Unidos. Pero hay mucho más detrás de esa frase. Dado que las líneas del negocio se han monopolizado, se ha hecho habitual quejarse de que tales compañías ofrecen a los consumidores un trato tóxico.
Sin embargo, en un número creciente de áreas el panorama es más saludable. Las tecnológicas más grandes se han expandido a un enorme número de sectores. Amazon se enfrenta a fuertes rivales de e-commerce como Walmart y Shopify, el streaming de video es una lucha por la supremacía entre media docena de firmas y la computación en la nube se ha vuelto un mercado ferozmente peleado, como lo prueba la experiencia de Microsoft, que es un recordatorio del poder benigno del mercado –y de cuán precisos deben ser los gobiernos para regular a las tecnológicas–.
La computación en la nube despegó hace unos 15 años, cuando las empresas comenzaban a tercerizar a grandes proveedoras su alojamiento web, centros de data, sistemas informáticos básicos y muchas aplicaciones, en particular a la pionera AWS, manejada por Amazon. La pandemia ha demostrado cuán crítica se ha convertido la nube.
Muchas de las principales funciones de la economía dependen de ella, incluido un amplio rango de sitios de e-commerce y aplicaciones que facilitan el teletrabajo. La escala de esta actividad es enorme; cerca del 10% de todo el gasto en tecnología está en la nube, así como el dinero que está siendo invertido en el sector. AWS y otras empresas habrían sembrado US$ 40,000 millones este año en centros de data y otros equipamientos.
La nube brinda obvios beneficios. Las empresas que la usan reemplazan gasto de capital en equipo desvencijado y la personalizan con un pago variable por un servicio que puede ampliar su capacidad con facilidad cuando se necesita. Es uno de los motivos de que firmas como Zoom han podido crecer tan rápido durante los confinamientos. Tener muchos usuarios por cada elemento de infraestructura significa la realización de un trabajo más eficiente.
También ha sido considerada como un ejemplo de la fragmentación de Internet. Los negocios de nube informática de Alibaba y Tencent dominan en China y están incursionando en otros países de Asia. Europa está tan inquieta por causa de las empresas estadounidenses que ha lanzado una rival, que cuenta con respaldo estatal, llamada GAIA-X. En países pobres, las empresas podrían enfrentar dificultades para acceder a la nube, lo cual desaceleraría su desarrollo.
El mayor temor ha sido que surja un monopolio en la nube, pero las noticias son alentadoras. AWS permanece como la empresa más grande, pero Microsoft, el original chico malo de la regulación antimonopólica, está dando una dura pelea con su propio servicio, Azure, y espera conseguir que un mayor número de sus clientes de Office y Windows también usen su servicio en la nube.
Alphabet también está colocando por delante su nube. El 8 de octubre, IBM informó que escindirá parte de su negocio de servicios para enfocarse en la “nube híbrida”, que empareja el trabajo in situ a la vieja usanza con la nube. Asimismo, la oferta que Oracle ha realizado para adquirir la firma de redes sociales TikTok es en parte un esfuerzo por asegurarse un cliente ancla para su naciente operación en la nube.
Por su parte, los reguladores tienen que ser vigilantes para asegurar que las empresas que prestan servicios en la nube no hagan uso abusivo de la data de otras empresas y levanten barreras de entrada, o hagan uso indebido de su dominio en otros negocios para salirse con la suya. No obstante, en líneas generales, este boom significa que habrá más de donde escoger y precios más asequibles.
Esta rivalidad también ofrece una señal a los gobiernos. Tratar a las grandes tecnológicas como si fuesen un monolito monopólico no tiene sentido cuando algunos de los mercados en los que operan son competitivos. Tampoco tiene sentido prohibir a las tecnológicas ingresar a nuevos mercados adyacentes –como propone un reciente reporte congresal en Estados Unidos–.
Lo mejor que pueden hacer los gobiernos es asegurar que los usuarios tengan control sobre su data y, luego, abordar con firmeza áreas como búsquedas y redes sociales, en las que los monopolios se han asentado. Si la principal fuente de competencia para las grandes tecnológicas termina proviniendo de otras grandes tecnológicas, que así sea.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020