Lenin creía que una pequeña vanguardia podía, con el poder de la voluntad, potenciar fuerzas históricas para transformar el funcionamiento del capitalismo global. Tenía razón, pero los revolucionarios no han sido barbudos bolcheviques sino unos cuantos miles de inversionistas, la mayoría basados en Silicon Valley, que manejan menos del 2% de los activos institucionales del mundo.
En los últimos 50 años, el capital de riesgo ha financiado ideas emprendedoras que han transformado los negocios y la economía globales. Siete de las diez mayores compañías mundiales fueron respaldadas por ese dinero. Y en la actualidad, esa máquina de los sueños capitalistas está siendo ampliada y transformada con una inyección de US$ 450,000 millones.
En el largo plazo, esta recarga promete hacer más global el capital de riesgo, canalizarlo a más sectores y hacerlo más accesible para inversionistas comunes. Esto impulsará la competencia y es probable que estimule la innovación, lo que generará un capitalismo más dinámico.
El capital de riesgo tiene sus raíces en los años 60, y al contrario de la sofisticación de Wall Street y las mansiones en los suburbios de Nueva York, prefiere la simpleza en el vestir y los chalés californianos. Esta peculiaridad también es un asunto de énfasis intelectual: el capital de riesgo sigue buscando emprendedores que son demasiado novatos o extraños para reunirse con banqueros, e ideas que son demasiado novedosas para los modelos financieros de los ejecutivos con MBA.
Los resultados han sido sorprendentes. A pesar de invertir montos relativamente modestos, los fondos de riesgo de Estados Unidos han financiado empresas que suman una valorización de mercado de US$ 18 millones de millones. Esta cifra refleja el vertiginoso ascenso de plataformas tecnológicas como Google. Un índice de fondos de riesgo estadounidenses registra retornos anuales compuestos de 17% durante los últimos diez años.
El éxito está atrayendo a otros inversionistas. Con las tasas de interés todavía bajas, administradoras de pensiones y de fondos soberanos, así como empresas, están esforzándose por asignar más efectivo a fondos especializados o creando sus propias unidades de riesgo. En lo que va del año, se han destinado a transacciones US$ 600,000 millones, diez veces más que hace una década. Con el aumento del dinero, el capital de riesgo está penetrando la economía más profunda y ampliamente.
Este año, el 51% del monto se ha transado fuera de Estados Unidos. Si bien en China ha disminuido debido a la ofensiva contra las tecnológicas de consumo iniciada por el presidente Xi Jinping, está pujante en el resto de Asia y, luego de décadas letargo en Europa, la innovación está despertando y ya hay 65 ciudades que albergan unicornios –startups valorizadas en más de US$ 1,000 millones–.
El boom se había enfocado en un pequeño grupo de tecnológicas de consumo, pero ahora más dinero podría financiar áreas donde la revolución ha avanzado menos. Este año, las inversiones en energías limpias y biotecnología duplicaron las del 2019. Además, antes existía una élite de fondos con inusual poder, pero ahora compiten más firmas financieras y existen canales que posibilitan que inversionistas comunes ganen exposición a bajo costo.
Es obvio que hay peligros. Uno es que el dinero corrompe. El alza de las valorizaciones y la plétora de capital pueden traer autocomplacencia. De las 100 firmas top que entraron a bolsa este año, 54 registran pérdidas acumuladas de US$ 71,000 millones. Y la gobernanza puede ser fatal. El fondo de riesgo de SoftBank (US$ 100,000 millones), que fue pionero en emitir enormes cheques para startups y urgirlas a crecer rápido, ha estado asolado por conflictos de interés. Otro peligro es que, como en cualquier clase de activos, los retornos se diluyen con el influjo de dinero.
Pero lo que es rutina para los inversionistas puede ser positivo para la economía. Es mejor que un dólar marginal vaya a empresas jóvenes que a un inundado mercado de bonos. Un crash del capital de riesgo causado por una subida de las tasas de interés no desestabilizará el sistema financiero porque las startups tienen poco endeudamiento. Y aunque estas firmas quemen dinero, mucho de este fluirá a los consumidores, en la forma de bienes y servicios subsidiados. Como mínimo, el boom aumentará la competencia.
La mayor recompensa será más innovación. Es cierto que el dinero no puede crear mentes brillantes, pero la provisión global de emprendedores no es fija y una abundancia de ideas sigue sin ser aprovechada. El boom anterior vio a los inversionistas ampliar el horizonte de la toma de riesgos y ahora que el capital de riesgo se expande por el mundo, los emprendedores de otros países tendrán una mejor chance de sumarse.
Además, las barreras para crear negocios están derrumbándose, gracias a la barata computación en la nube y el teletrabajo. El capital de riesgo busca buenas ideas para mejorarlas y engrandecerlas, así que es acertado aplicar esa misma lógica al sector.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021