(G de Gestión) El despido de un CEO, casi casi por los motivos que sea, no suele causar mucho revuelo. A muchos ni siquiera les importa. Total, pasa cada cierto tiempo. En líneas generales, se da a conocer la noticia, empresa y gerente se agradecen mutuamente en LinkedIn, eventualmente se conoce al nuevo jefe de la organización y se sabe de la recolocación del ex en otra firma, y todo el mundo sigue trabajando. No hay más.
Pero, cuando la compañía estrella de inteligencia artificial (IA) expulsa al líder por videoconferencia sin que se sepa muy bien el porqué, más de 500 trabajadores amenazan con irse si no se le restituye, otra empresa lo ficha públicamente y luego el desaforado recupera su puesto con poderes reforzados, todo en menos de una semana, la cosa cambia. Literalmente, todo el mundo sigue la novela. Y la revista Time lo nombra CEO del año. A Steve Jobs le tomó más de una década volver a la compañía que cofundó, luego de que el directorio de Apple votara para removerlo del cargo.
¿Por qué hay ahora tanto alboroto? “Se trata de la industria que está generando el futuro”, resalta Alfredo Pérsico, CEO & co-founder de FutureLab. Hablamos de Sam Altman y de OpenAI, la empresa a través de la cual lanzó el generador de texto ChatGPT y el de imágenes DALL-E. Con su trabajo, convirtió a la IA generativa en un término familiar y puso sobre la mesa la discusión acerca de los riesgos de su desarrollo y despliegue.
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El resumen ejecutivo
Altman volvió como director ejecutivo de OpenAI pocos días después de que la junta directiva lo despidiera. A través de un comunicado, lo había acusado de no ser “consistentemente sincero en sus comunicaciones”, sin precisar exactamente cuáles. ¿El rumor? Por discrepancias sobre cómo equilibrar la seguridad y la comercialización de la revolucionaria tecnología de la empresa. “La junta ya no confía en su capacidad para seguir liderando OpenAI”, sentenció el board, que también botó de la junta a Greg Brockman, cofundador de la compañía.
El mundo tecnológico explotó ante la noticia. Hubo muchas cartas abiertas y posiciones en redes sociales. La más fuerte: la mayoría de los trabajadores de OpenAI amenazó con renunciar si no se reponía al líder de la compañía. Se supo, además, que Altman ya preparaba la creación de una nueva empresa de IA con Brockman.
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Sorprendido, y sobre todo furioso (según Bloomberg), Satya Nadella, CEO de Microsoft (que posee el 49% de las acciones de OpenAI, ha invertido más de US$ 13 billones en la empresa desde el 2019 y es su único proveedor de nube), reafirmó el compromiso del gigante tecnológico con OpenAI tras conocerse los nombres de las dos personas que ocuparían el puesto de Altman interinamente. Pero hizo una jugada maestra: anunció que Altman y Brockman se unirían a Microsoft “para liderar un nuevo equipo de investigación avanzada de IA”.
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Ya contra las cuerdas, OpenAI anunció el regreso de Altman y la reconstitución casi total de la junta directiva que lo había destituido. Ante los cambios y rectificaciones, Brockman comunicó su regreso y el nuevo directorio aseguró que seleccionaría a más miembros. “Nos sentimos más fuertes, más unidos y más centrados que nunca”, confesó Altman a la revista Time en su segundo día de vuelta al cargo.
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Las lecciones empresariales
Las idas y venidas en OpenAI dejan algunas lecciones para el mundo corporativo. Empecemos por el propósito y liderazgo de cara a inversionistas y trabajadores altamente demandados. “Es fundamental en empresas tecnológicas”, afirma Pérsico. En estas firmas se sigue una visión que moldea el futuro y cohesiona a los que creen en ella. “Si se va el CEO de cualquier compañía, hay en cola 20 personas que lo pueden reemplazar. Si se va Altman, ¿quién lo suple? Sin él, la organización pierde atractivo”, agrega Eduardo Roncagliolo, director del Área de Dirección General y Gobierno Corporativo del PAD. Si no hay claridad sobre la dirección, no hay confianza, y sin ella la empresa no prospera. No por gusto la CTO de OpenAI, Mira Murati, publicó en X (antes Twitter), en medio del drama: “OpenAI no es nada sin su gente”.
¿Los directores de OpenAI no se dieron cuenta de esto? Eso nos lleva a otra lección. “Cuando uno está en un directorio, tiene que saber dónde está el valor de una organización y cuidarlo”, señala Roncagliolo. En este caso, en que aún no hay una tecnología desarrollada, el valor está en la visión.
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Además, la composición de la junta directiva de una empresa debe ser amplia para evitar la toma de decisiones osadas que conlleven a problemas reputacionales, un activo fundamental para captar inversiones y talento. El manejo de esta situación pinta a una empresa sin mecanismos de control, poco transparente, que puede cambiar de línea con pocas personas y muy rápido. “Eso hace que la confianza se diluya”, insiste Pérsico.
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Otro detalle. la estructura organizativa de OpenAI es distinta. Consiste de dos entidades: OpenAI, Inc., una organización sin fines de lucro que tiene el 51% de las acciones y supervisa a la subsidiaria OpenAI LP, que lucra como cualquier otra compañía de Silicon Valley.
El directorio que despidió a Altman pertenece a la organización sin fines de lucro. Ante el regreso de Altman, algunos de los miembros de dicha junta también perdieron sus puestos. ¿Funciona el modelo? Para Roberto Zoia, chief technology officer en Identificación y Control (Idecon), no. “Si fuera una empresa con fines de lucro, este problema nunca hubiera pasado”, sostiene.
Más enseñanzas
El gerente general tiene que relacionarse con todos los stakeholders, lo que incluye saber, en un proceso continuo, qué piensa el directorio sobre lo que se está trabajando. “Tiene que crear los espacios para hablar con los directores y entender sus posiciones. Parece ser que los objetivos de Altman eran muy diferentes de los que el directorio estaba dispuesto a aceptar. Eso pasa en todas las organizaciones, pero hay que saber cerrar esas brechas”, recomienda Roncagliolo.
Por el lado de Microsoft, Zoia rescata un par de enseñanzas. Primero, que la compañía apuesta por la IA (a través de otra empresa, OpenAI), que es de lo que finalmente se trata esta industria. Es decir, invierte mucho dinero con resultados inciertos. “Todo el mundo quiere aprovecharse de estas tecnologías porque son útiles, pero aún no son estables, y eso implica un riesgo”, apunta.
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Segundo, aunque el gigante tecnológico no tenga voto en el directorio, ostenta una posición de poder, pues controla el hardware del que se vale OpenAI y cuida al talento que se necesita. Según Zoia, estas son dos de las tres claves que se requieren para competir en el rubro. La otra es data abundante para entrenar los modelos.
Hacia adelante
Pérsico cree que ahora Altman tendrá que demostrar aún más, y más rápido, su capacidad visionaria para mantener su liderazgo. Roncagliolo indica que las empresas tienen ciclos y que llega un momento en su vida en que “el fundador ya no ayuda a llegar al siguiente nivel” y su visión no es tan necesaria.
En cualquier caso, el debate del inicio de esta guerra por la dirección de la empresa que, según algunos, podría controlar a la humanidad, se mantiene: ¿la velocidad garantiza seguridad? Nadie sabe qué pasará. Ni ChatGPT.
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CEO del año
Sam Altman fue reconocido por la revista Time como CEO del 2023 por ser “la cara pública y el principal profeta de una revolución tecnológica”, específicamente en el campo de la inteligencia artificial. Time lo describe como un “fundador superestrella con una trayectoria impecable”.
En cuanto a ChatGPT, dice que es “el producto tecnológico más rápidamente adoptado de la historia”. “El impacto del chatbot y de su sucesor, GPT-4, fue transformador para la empresa y para el mundo”, asegura.
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Altman también estuvo nominado a persona del año por la misma publicación, pero el título se lo llevó la cantante estadounidense Taylor Swift por haber trascendido fronteras y ser una fuente de inspiración.
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