Max Nisen
Molnupiravir, la píldora antiviral de Merck & Co. y Ridgeback, es un elemento que podría cambiar el curso de la pandemia, a juzgar por los positivos datos de pruebas que se dieron a conocer el viernes. Para aprovechar al máximo esta promesa, Gobiernos y organizaciones de la salud a nivel mundial deben prepararse para fabricar las píldoras en grandes cantidades.
Los resultados de los ensayos clínicos son preliminares, pero impresionantes. Las personas con síntomas recientes de covid-19 que tomaron esas píldoras durante cinco días tuvieron cerca de la mitad de las probabilidades de ser hospitalizadas o morir frente a aquellas que tomaron un placebo. La diferencia fue tan marcada –murieron ocho de las personas que recibieron un placebo y ninguna de las que recibieron la píldora– que los monitores independientes detuvieron el ensayo antes de tiempo.
El éxito es especialmente auspicioso gracias a las ventajas prácticas de dichas píldoras: se pueden almacenar y distribuir fácilmente en cualquier farmacia o clínica local y, en comparación con las vacunas y las terapias con anticuerpos, son fáciles y económicas de fabricar.
Todo esto se suma a una oportunidad imperdible: si se actúa rápidamente para invertir en capacidad de fabricación, será posible salvar vidas y evitar la inequidad global que ha enlodado la distribución de las vacunas.
Mucha gente está familiarizada con el Tamiflu y el Xofluza, píldoras antivirales que tratan las infecciones por influenza. El molnupiravir parece funcionar mucho mejor que ellos. Para que sean eficaces, las pastillas contra la influenza deben tomarse dentro de los dos días posteriores a la aparición de los síntomas. La píldora contra el COVID-19 se puede tomar dentro de los cinco días posteriores a los primeros síntomas y parece afectar lo suficiente al virus como para mantener vivas y lejos del hospital a una gran parte de las personas en riesgo.
Merck espera producir este año 10 millones de tratamientos completos (40 píldoras por paciente), y un acuerdo de abril para licenciar su fórmula a fabricantes de genéricos en India debería finalmente aumentar el suministro global. La compañía también tiene la intención de ofrecer a las naciones en desarrollo precios más bajos que los US$700 por tratamiento completo que pagará Estados Unidos por los 1,7 millones de dosis que ya acordó comprar. Pero todavía se reportan cada semana 3 millones de casos de COVID-19 en todo el mundo y la cobertura de vacunas es limitada, por lo que 10 millones de tratamientos no es suficiente.
La disponibilidad de vacunas contra el COVID-19 es baja debido a que no se hicieron inversiones con visión de futuro en la fabricación y a que los países ricos han acaparado las vacunas. Pero, con las píldoras, que son mucho más sencillas de fabricar, debería ser más fácil planificar un adecuado suministro. Los laboratorios farmacéuticos elaboran decenas de miles de millones de píldoras al año, la mayoría de ellas son económicos medicamentos genéricos. Así que hay mucha capacidad disponible y fácilmente adaptable.
Para aprovechar esta ventaja, los países ricos y las organizaciones mundiales de salud pública deben financiar directamente la fabricación y anticipar cuellos de botella para garantizar que las píldoras se distribuyan ampliamente. La elaboración no debería limitarse a unos pocos sitios o países, sino extenderse a nivel mundial. También vale la pena invertir en ampliar la capacidad de las plantas que producen los precursores y componentes necesarios para elaborar el fármaco de Merck.
Y este esfuerzo debería ir más allá del molnupiravir. Roche Holding AG y Atea Pharmaceuticals Inc. están realizando una prueba de fase avanzada de otra píldora antiviral, al igual que Pfizer Inc.
Más allá de salvar vidas y preservar la capacidad hospitalaria, los antivirales eficaces pueden hacer que el COVID-19 sea una enfermedad mucho más manejable. Se puede esperar que las píldoras de Merck obtengan la aprobación para su uso a fines de año. El secreto es estar preparado para ampliar la fabricación de inmediato.