Durante años, los economistas han discutido sobre si gobiernos y bancos centrales en el mundo avanzado han prolongado equivocadamente las vidas de “empresas zombi”. Se dice que el entorno corporativo ha pasado de estar lleno de vigorosas criaturas de destrucción creativa a ser una zona gris de muertos vivientes, incapaces de innovar o dinamizar. Hoy, el debate tiene nueva importancia pues la pandemia podría hacer que los gobiernos prolonguen la vida de muchas empresas que no lo merecen.
Mantener bajo control el aumento de zombis será vital para la recuperación económica de largo plazo. Las empresas marginalmente rentables fueron cruciales en la “década perdida” de Japón en los 90, cuando los bancos, renuentes a reconocer pérdidas, siguieron otorgando créditos a deudoras insolventes. Los sectores infestados de zombis sufrieron con mercados laborales inertes y bajo aumento de la productividad. Desde entonces, todo el mundo avanzado comenzó a verse más “zombificado”.
El porcentaje de empresas listadas con baja capitalización bursátil, considerando su valor en libros, y cuyas ganancias son insuficientes para cubrir sus pagos de intereses, creció de alrededor de 4% a mediados a los 80 a 15% el 2017, según el Banco de Pagos Internacionales (BIS). La OCDE estima que los niveles de productividad italiano y español serían 1% más elevados si no fuese por el aumento de empresas zombi, que presuntamente han desplazado a potenciales competidoras.
La evidencia de “zombificación” en la década del 2010 está incompleta: la economía mundial exhibía pocas señales de déficits de capital o de empleo, algo que se podría esperar si las zombis estuviesen acaparando recursos. Muchas empresas eran marginalmente rentables porque el gasto agregado estuvo debilitado.
Pero la pandemia está creando un riesgo de mayor zombificación. Los gobiernos han intervenido en la economía en una escala enorme a fin de mantener vivas las empresas. Una combinación de esquemas de licencias laborales para reducir los pagos de planillas, préstamos garantizados por el Estado para proveer liquidez y leyes u otras medidas para impedir bancarrotas, ha evitado una ola de quiebras.
El peligro es que, a medida que las economías están emergiendo de la pandemia con nuevos deseos y necesidades, algunas empresas a las que debiera permitírseles quebrar siguen operando. La marcha de las muertas vivientes puede mantenerse bajo control. Los gobiernos deben apoyar a los trabajadores y no los empleos, e intervenir de manera más quirúrgica.
Los esquemas de licencias mantienen a los trabajadores atados a las empresas; sería mejor ofrecer beneficios de desempleo sustanciosos. Los préstamos con garantía estatal debieran estar sujetos a tasas de interés gradualmente crecientes, a fin de incentivar a los deudores a depender del financiamiento privado.
Si los gobiernos realmente creen que la disrupción en el sector turístico solo será temporal, entonces su apoyo estaría justificado. Pero dado que el sector nunca recuperará los ingresos que dejará de percibir durante la pandemia, lo que necesitará serán subvenciones y no préstamos -lo cual ayudaría a los políticos a centrar mejor sus medidas-.
Otra prioridad es evitar una crisis bancaria. Entidades crediticias con amplia liquidez tienen un incentivo para seguir financiando a sus clientes, enmascarando errores pasados con más préstamos. En el corto plazo, esto evita reconocer pérdidas, en el largo plazo, se está canalizando capital a empresas que lo desaprovechan. Los reguladores tienen que estar atentos a estas líneas de ensamblaje de zombis y mantener sólidos a los bancos a fin de reducir el incentivo de que oculten pérdidas. Por ello, hay que limitar su facultad de pagar dividendos.
Finalmente, se tiene que asegurar que las empresas pueden quebrar rápida y eficientemente a fin de que se las pueda recapitalizar o que sus activos y personal sean reasignados. Los tribunales de quiebras deben tener la capacidad de reactivar empresas con perspectivas razonables, o liquidar activos que puedan encontrar nuevos usos productivos en otras manos.
Hacer esos procesos más rápidos y transparentes reducirá el incentivo de los acreedores de buscar liquidaciones devastadoras, especialmente para pequeñas empresas. Pero suspender bancarrotas por largos periodos, como lo han hecho Alemania y Australia, es negar la realidad. Estados Unidos, con su enfoque nada sentimental para encontrar remedio para empresas en crisis, sienta un mucho mejor ejemplo.
El alivio casi general para ayudar a empresas y trabajadores fue una característica necesaria en los rescates económicos de este año, que se aplicó en medio de los cierres de la economía. No obstante, la ayuda se ha convertido en una amenaza al dinamismo. A medida que las economías se recuperen, debiera permitirse al mercado jugar su rol de determinar ganadores y perdedores.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020