Ignore las barras de strippers. No se distraiga con el piso iluminado. No haga caso al reggaetón.
Esta es en realidad una historia sobre el mundo cripto, ese que imaginaron los soñadores antes de que tantas cosas salieran tan mal.
“Si están deprimidos por el mercado bajista, denme un aplauso”.
Es Pedro Rivera, de 43 años, con un traje a rayas y anteojos de sol color lavanda, gritando por un micrófono.
Son las 9:00 p.m. en el club 7eight7 de la capital de Puerto Rico: “Donde se reúnen los fiesteros, hedonistas y soñadores”, promete el sitio web.
La atracción de esta noche: Crypto Monday, una fiesta de networking que también sirve como terapia de grupo en estos días.
Antes de que las monedas de broma se dispararan, los TNF de simios aburridos se vendieran por millones y el fundador de FTX, Sam Bankman-Fried, construyera e hiciera desaparecer miles de millones en las Bahamas, estaba Puerto Rico. Los empresarios empezaron a llegar en masa a San Juan en el 2016, atraídos por los bajos impuestos, las extensas playas y la esperanza de crear un criptoparaíso.
Pero ese todavía es un trabajo en proceso. El criptouniverso ha funcionado en modo de crisis desde mayo, cuando el colapso de la supuesta moneda estable terraUSD contribuyó a desencadenar una venta masiva.
La implosión de FTX, que llegó a ser la segunda bolsa de criptomonedas más grande del mundo, volvió a sacudir a los inversionistas el mes pasado. Bankman-Fried, de 30 años, enfrenta cargos penales y acciones civiles en Estados Unidos, una dramática caída para un exmultimillonario que alguna vez apareció en las portadas de Fortune y Forbes.
Los precios de las criptomonedas se han desplomado junto con la reputación de Bankman-Fried. El bitcóin ahora vale alrededor de US$ 17,000, lejos de su máximo de noviembre del 2021 de US$ 68,000.
Menor afluencia
Como resultado, muchos de los criptópatas de Puerto Rico ahora son más pobres, aunque posiblemente más sabios. Algunos lucen camisetas con la palabra “Broke” (en bancarrota en inglés), escrita con una “B” al estilo bitcóin.
Y, sin embargo, los creyentes van a creer. La Semana Blockchain de Puerto Rico comenzó por segunda vez a principios de diciembre, la semana anterior a la detención de Bankman-Fried en las Bahamas el 12 de diciembre.
La afluencia a las conferencias y mesas redondas de la Semana Blockchain fue menor que el año pasado. Pero, a pesar de todo, el entusiasmo se mantuvo.
Dentro de 7eight7, los leales a las criptomonedas gritan cuando Rivera baja el micrófono. Se mudó a Puerto Rico hace casi cinco años desde Miami y fundó Crypto Mondays San Juan en el 2018. Rivera, de ascendencia puertorriqueña, organiza los eventos semanales con su hermano Isaac, que llegó a la isla hace dos años.
Unas 40 personas, y casi todos hombres, asistieron esta noche. El año pasado en esta fecha, dice Isaac Rivera, acudieron 500 personas al Crypto Monday durante la Semana Blockchain.
No le creas a los titulares, dice Isaac, de 48 años. Los criptópatas de Puerto Rico se recuperarán.
“Volverán cuando el mercado se recupere, ¿me entiendes?”; dice.
Alexander Pearson, de 37 años, se inclina sobre la barra. Se mudó a Puerto Rico para comerciar con criptomonedas en el 2021, después de vivir con su familia en Carolina del Norte durante el peor momento de la pandemia.
Pearson dice que el criptoinvierno, marcado por el desplome de los precios de los tokens, ha sido difícil.
“Me sentía bastante deprimido”, relata. Luego hace un gesto de sacudirse. “Aunque perdí mucho, estoy vivo y nadando”.
Pearson, analista principal de la empresa de educación sobre criptocomercio Cracking Cryptocurrency, describe a la criptocomunidad local como una “orgía intelectual”. Se ve en Puerto Rico por lo menos tres años. Últimamente, ha estado hablando de una idea post-FTX: una plataforma de negociación algorítmica.
Lleva una camiseta negra que dice “End Ponzinomics” (Fin de Ponzinomics), mientras observa a la multitud en 7eight7.
“El verdadero negocio ocurre en las after-parties”, afirma, mientras fuma un vaporizador y exhala el humo por la nariz.
“Verdaderos creyentes”
En otro lugar, la gente espera el autobús en el hotel Fairmont El San Juan, en la playa de Isla Verde, donde se lleva a cabo la criptoconferencia CoinAgenda. Algunos juerguistas visten camisas hawaianas y otros llevan sombreros de copa con plumas, al estilo Burning Man.
¿A dónde ir? Al barrio Beverly Hills de San Juan y a la casa de Michael Terpin, un criptoempresario que se mudó a Puerto Rico desde Las Vegas en el 2016, durante la ola inicial de aventureros de las criptomonedas. Terpin es el director ejecutivo de Transform Ventures, una incubadora de cadena de bloques.
Tras las puertas, los invitados festejan como si fuera el 2021. Pruebe el gravlax, el pulpo a la parrilla, el tartar de filet mignon. Pruebe esta sopa de judías blancas con trufa, espumosa como un capuchino.
Todo el mundo parece conocerse, o al menos haber oído hablar de los demás.
Isaac Rivera se sienta junto a la piscina. Estas personas, dice, son “los verdaderos creyentes del futuro y de lo que se avecina”.
“Como le gusta decir a mi hermano, los mercados bajistas dan frutos y los mercados alcistas producen estupideces”, dice Rivera, citando la sabiduría de mercado de Pedro.
Aun así, todo el mundo está de acuerdo en que el público es más reducido. La mitad de las mesas del salón Fairmont estaban vacías.
A Terpin le parece bien. “Calidad antes que cantidad”, dice.
Sentado en el restaurante La Casa de Roberta, en San Juan, Jack Purdy, que se trasladó a Puerto Rico a principios de este año, expresa un sentimiento similar.
Los mercados bajistas purgan a los “malos actores” y a los criptoturistas que persiguen el bombo publicitario, afirma. Purdy trabaja en Messari, una empresa de inteligencia de mercados de criptomonedas, como director de ventas de servicios de protocolo y recientemente compró una casa en Los Paseos, San Juan, a 15 minutos en auto de la playa.
En el restaurante Wicked Lily de la playa de Condado, Han Kao, de 43 años, reflexiona sobre la criptovida mientras se toma una cerveza Medalla fría. Llegó de Santa Mónica, California, en el 2021, abrió una empresa de inversiones llamada Sanctor Capital y compró una casa en Dorado.
“En la superficie, parece que todo se está desmoronando”, dice Kao, al son de las olas y Bruno Mars. No es cierto, dice, no es cierto. “DeFi” —finanzas descentralizadas— “llegó para quedarse”.
De vuelta al Fairmont, Luke Stokes también parece optimista. Lleva aquí cuatro años, trabajando con criptobilleteras y protocolos, y dice que no irá a ninguna parte. Los altibajos de las criptomonedas no le preocupan.
“Para las personas que han pasado por ese ciclo tantas veces es como, eh, volverá”, dice.