Hace una década, un enfrentamiento entre demócratas y republicanos sobre el aumento de la capacidad de endeudamiento de Estados Unidos situó al país a unos días del impago y provocó que una importante agencia de calificación rebajara su crédito por primera vez.
Tras este episodio, el principal republicano del Senado, Mitch McConnell, describió el límite de la deuda a The Washington Post como “un rehén que merece la pena rescatar”.
Una década después, el límite de deuda que puede asumir Estados Unidos es otra vez objeto de feroces negociaciones en Washington entre los demócratas, que controlan el Congreso pero no pueden reunir los votos suficientes para aumentarlo unilateralmente, y los republicanos, que se niegan a votar cualquier aumento.
La disputa tiene una importancia inusitada porque, de no producirse un aumento, Estados Unidos podría dejar de pagar sus facturas en octubre, lo que probablemente devastaría su economía y socavaría un pilar del sistema financiero internacional.
Los legisladores han negociado el aumento del límite de la deuda durante décadas. Pero la voluntad de llevar a la mayor economía del mundo al borde del abismo se remonta a 2011, cuando los republicanos se propusieron frenar el gasto de los demócratas y utilizaron el límite para conseguirlo.
“La mayoría de los dirigentes (republicanos) consideran que el enfrentamiento sobre el límite de la deuda de 2011 fue, en última instancia, un éxito, ya que pudieron obligar (al entonces presidente Barack Obama) a firmar lo que fue el mayor proyecto de ley de recorte del gasto en décadas sin que se produjera un impago”, dijo Brian Riedl, quien entonces era economista jefe del senador republicano Rob Portman.
El acuerdo que cerraron estaba destinado a reducir el gasto del gobierno en el transcurso de los años.
Pero no se cumplió: la deuda nacional y el déficit presupuestario de Estados Unidos se han disparado en los años siguientes debido al gasto de los presidentes republicanos y demócratas.
Otros implicados en el enfrentamiento de 2011 advierten que, incluso sin un impago, la situación de riesgo tiene sus propias consecuencias.
“Las formas en las que podría afectar a nuestro país y a su fortaleza económica son difíciles de medir, pero es probable que ya se estén produciendo bajo la superficie, que nuestra credibilidad se esté erosionando”, dijo Shai Akabas, director de Política Económica del Centro de Política Bipartidista, que hace una década trabajó con el ahora presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell.
Otro año, misma gente
Pocos países tienen que pedir prestado tanto como Estados Unidos y, al mismo tiempo, deben negociar aumentos periódicos de la deuda que serán capaces de asumir.
El Congreso no sólo debe aprobar un aumento del límite de endeudamiento para evitar un “default”, sino también acordar la financiación del gobierno para evitar un cierre a finales de septiembre.
Todo ello mientras negocia sobre dos proyectos de ley de gasto masivo que el presidente demócrata Joe Biden quiere que se promulguen.
Al igual que en el enfrentamiento de hace una década, los republicanos del Senado están liderados por McConnell.
Hoy, el senador insiste en que elevar el límite de la deuda es responsabilidad de los demócratas en el poder y su partido no les ayudará a hacerlo.
En 2011, los dos partidos negociaron un acuerdo que pretendía hacer profundos recortes en el déficit presupuestario durante los años siguientes, pero finalmente no tuvo éxito.
El sucesor republicano de Obama, Donald Trump, firmó leyes de recorte de impuestos que aumentaron el déficit y luego dos medidas de gasto masivo que lo dispararon a un récord en 2020, incluso cuando probablemente evitaron que la economía sufriera una caída peor.
Una rebaja “tonta”
Biden firmó un tercer proyecto de ley de gasto por la pandemia y sus dos medidas en estudio podrían aumentar aún más el déficit.
La consecuencia más inoportuna del estancamiento del techo de la deuda en 2011 se produjo poco después de su resolución, cuando S&P Global Ratings rebajó la calificación crediticia del país a un nivel inferior a su máxima calificación, mientras que Moody’s Investor Services y Fitch Ratings, las otras dos principales agencias, la mantuvieron sin cambios.
“Me pareció una tontería” porque el país nunca entró en mora, dijo Warren Payne, quien en el momento de la rebaja era economista jefe del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes, dirigido por los republicanos.
“No había intención de permitir un impago en 2011. Y creo que si se observan las declaraciones de los miembros del Congreso ahora mismo, no hay intención de permitir un impago ahora”, dijo.
Pero aún no está claro cómo se evitará el default.