La literatura peruana y el desafío de imaginar el mundo precolombino
Por Varo Nuñez Truyenque, estudiante de Derecho de la Universidad del Pacifico.
De niño me fascinaban las historias de la antigua Grecia y del Perú precolombino: relatos de héroes, dioses, guerras y pasiones que parecían contenerlo todo. Al crecer, descubrí que la mitología griega seguía viva en la literatura occidental: novelas, poemas y ensayos no dejaban de nutrirse de ese universo simbólico. Los griegos antiguos aún habitaban nuestras páginas.
Fascinado, pensé que algo parecido ocurriría en la literatura peruana. Después de todo, heredamos un legado riquísimo: las constelaciones de la yacana, las batallas míticas entre Pariacaca y Huallallo Carhuincho, el poder de las huacas, los telares paracas, las iconografías moches. Imaginé que ese mundo ancestral también inspiraría a nuestros narradores. Sin embargo, lo que encontré resultó, en cierta forma, decepcionante.
Las referencias al mundo prehispánico eran escasas y, cuando aparecían, solían reducirse a estereotipos. Los incas retratados como reyes feudales; los dioses andinos reinterpretados desde una mirada cristiana. Supay, por ejemplo, convertido en un simple “diablo andino”. Y esta tendencia, en muchos casos, aún persiste. Salvo contadas excepciones, como El espía del Inca, de Rafael Dumett, la mayoría de escritores peruanos evita los escenarios precolombinos o los años iniciales de la Conquista.
¿Por qué le damos la espalda a ese pasado? ¿Tememos su complejidad? ¿Nos cuesta imaginar un mundo sin fuentes escritas abundantes? ¿O es que nos hemos acostumbrado a mirar con desconfianza lo propio, creyendo que nuestras raíces no son “universales”?
Las culturas originarias del Perú ofrecen un potencial narrativo inmenso: mitos, estructuras sociales, rituales, astronomía, cosmovisión. Pero explorarlas exige una escritura distinta: más documentada, más rigurosa, quizá más arriesgada. Algunos argumentan que ambientar historias en ese pasado limita la libertad creativa. Pero novelas como la de Dumett prueban lo contrario: es posible escribir una obra de espionaje en plena invasión española y lograr una narrativa apasionante.
Es momento de mirar hacia nuestro pasado no como un decorado exótico, sino como un territorio vivo, profundo y fértil. Recuperar el imaginario precolombino no es un gesto nostálgico, sino un acto de expansión: ampliar los márgenes de lo que somos capaces de contar sobre nosotros mismos.
Por mi parte, seguiré escribiendo con la esperanza de que quienes lean mis historias puedan ver, aunque sea por un instante, la misma magia que yo vi de niño en la historia peruana. Porque escribir desde lo precolombino no es mirar al pasado, sino redibujar el presente.