El PIVE Internacional encendió mi ambición por la competitividad global: el caso de Chile
Por Fiorella Chirinos Rodas, estudiante de Negocios Internacionales de la Universidad del Pacífico
Hay viajes que trascienden los paisajes y las fotografías. El PIVE Internacional 2025, en el que visité Santiago de Chile, Buenos Aires y São Paulo, me brindó una experiencia invaluable para comprender mejor el mundo de los negocios: a veces, hay que salir de la propia cancha y observar cómo juegan los demás.
En el caso de Chile, llegar a Santiago y recorrer instituciones como Fundación Chile, CORFO e InvestChile fue como entrar en un engranaje perfectamente sincronizado. Allí entendí que la competitividad de un país no se construye con un solo esfuerzo, sino con la suma de voluntades y estrategias bien alineadas.
En Fundación Chile comprobé cómo la innovación puede convertirse en un puente entre la investigación y el mercado. CORFO me mostró el respaldo real a emprendedores que se atreven a pensar en grande. InvestChile me confirmó que atraer inversión extranjera es mucho más que cifras: es narrativa, confianza y visión de futuro.
Comparar con el Perú fue inevitable. Tenemos talento, recursos y ganas, pero aún carecemos de la continuidad y articulación que vi en Chile. Ellos han logrado que el sector público, el privado y la academia trabajen como socios estratégicos, impulsando proyectos de largo plazo en tecnología, energías renovables y servicios globales. Nosotros seguimos enfrentando el reto de diversificar nuestra economía y reducir la dependencia de sectores tradicionales.
Uno de los momentos que más me marcó fue la presentación de InvestChile. Ver cómo comunican al mundo su propuesta de valor —con estabilidad jurídica, incentivos claros e infraestructura sólida— me hizo pensar en lo mucho que el Perú podría ganar si lograra proyectar una imagen coherente y ambiciosa hacia los inversionistas. Fue una clase práctica de estrategia, pero también de identidad nacional.
Más allá de las lecciones técnicas, me quedo con el poder del grupo que representó a la Universidad del Pacífico. Éramos distintos, con miradas y especialidades únicas, pero unidos por la misma motivación: aprender y dejar en alto el nombre de nuestra casa de estudios. Entre debates, risas y reflexiones, entendí que la diversidad no es un obstáculo, sino un motor que multiplica ideas y soluciones.
Esta experiencia me enseñó que ser un futuro global manager no es cuestión de acumular títulos, sino de escuchar, adaptarse y tender puentes entre realidades distintas. Vi de primera mano cómo un país puede transformar su visión en políticas, y sus políticas, en resultados tangibles. Y confirmé que el cambio no empieza solo desde arriba: se nutre de personas que creen que las cosas pueden hacerse mejor.
Por eso, creo que la Universidad del Pacífico debe seguir promoviendo programas como el PIVE Internacional. Abrirle a un estudiante la puerta a otro ecosistema empresarial no solo amplía su conocimiento, sino que despierta en él la urgencia y la responsabilidad de contribuir a que su país alcance ese mismo nivel de competitividad, así como a comprender la importancia de la institucionalidad para el desarrollo.
Regresé del PIVE Internacional con una gran lección del caso de Chile, con la memoria llena de fotos y la mente aún más llena de ideas. Y con la certeza de que mirar al mundo no es para copiarlo, sino para inspirarse y atreverse a construir el nuestro.