No son monstruos por pensar en la economía
David Alfaro Armas, estudiante de la derecho de la Universidad del Pacífico
No son monstruos, o tal vez sí; pero si lo fueran, su posición frente a la preocupación por la economía del país no sería una de las razones. Estamos viviendo una situación terriblemente anómala; tenemos, entre muchos otros, dos problemas principales: la pandemia y el impacto de la cuarentena en la economía.
Quizá sea la magnitud de la primera lo que provoca un rechazo generalizado hacia quienes aluden a la segunda. Fuertes críticas se han hecho y se siguen haciendo a las empresas y organizaciones que resaltan esta última preocupación; uno de los cuestionamientos, en ocasiones fundamentados (hay que decirlo), es que a algunos grupos están motivados por un móvil egoísta. Pero esto no tiene que ser así, la economía no debería ser considerada un interés particular, mucho menos egoísta.
El producto bruto interno (PBI) es un indicador respecto al valor monetario de los bienes y servicios finales en el territorio nacional, durante un plazo determinado. Como menciona el docente de economía de la Universidad del Pacífico, Carlos Parodi: “En términos simples, (el PBI) mide cuánto produce un país en un período de tiempo”.
¿Por qué su incremento se celebra como un gol de Perú? Porque el crecimiento económico se suele medir por la variación del PBI. Si el PBI mejora, la situación económica también. Este, sin embargo, no es un indicativo directo del bienestar social a pesar de que sí guardan una innegable correlación.
Ambos conceptos, bienestar y PBI, se conectan a través de dos canales. En primer lugar, mayor productividad supone más empleo, lo cual a su vez eleva los beneficios y la calidad de vida de las personas. En segundo lugar, el aumento de producción se traduce en un aumento de utilidades, lo que permitiría una mayor recaudación tributaria por parte del Estado y este ingreso puede ser destinado a satisfacer las necesidades de la población.
Como resulta evidente, estas vías no son indefectibles y por ello deben ser reforzadas. Esto no resta a la función básica que juega el crecimiento económico.
No obstante, una conexión más impactante es la que nos ofrece la Curva de Preston. Dicho estudio muestra una relación empírica entre el PBI per cápita y la expectativa de vida en los países. Si bien esta teoría se ha visto relativizada últimamente bajo la crítica de que hay muchos otros factores detrás (crítica que comparto parcialmente), es innegable la influencia del PBI. Esto se refleja, por ejemplo, en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que calcula el llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH) en base a un indicador compuesto por el PBI per cápita de cada país, la esperanza de vida al nacer, la alfabetización y la matrícula escolar.
¿Que la correlación no sea tan estrictamente directa debe hacer que nos preocupemos menos por el crecimiento económico? En mi opinión, es todo lo contrario. Esa situación hace que la preocupación por el crecimiento económico se vuelve aún más inquietante.
Está claro que el PBI no es una panacea, pero ello no significa que sea menos relevante, ni le quita validez para que sea usado en asuntos tan importantes como el bienestar social y expectativa de vida.
No quiero que se me malentienda, este texto no pretende criticar las medidas tomadas por el gobierno, que, considero, son angustiosamente necesarias. Solo es un intento de explicar el problema de la economía, su recesión, y cómo sus consecuencias no pueden ser ajenas a la realidad de nadie.