“Belt and Road Initiative”: un proyecto revolucionario
Por Nataly Rosado, alumna de Negocios Internacionales de la Universidad del Pacífico
En el Comercio Internacional, el transporte de las mercancías es un factor clave de competitividad que dinamiza a las economías. Al reducir eficientemente los tiempos de la Distribución Física Internacional, el riesgo disminuye, y así se reducen también los costos.
Considere, por ejemplo, que enviar por vía marítima uvas frescas desde Perú hacia China tarda 15 días en lugar de un mes. Esto ocasionaría que el flete – precio que se paga por alquilar un medio de transporte –, los costos financieros y las probabilidades de que el producto se dañe disminuyan. Por lo tanto, el precio de exportación se reduce y se puede competir mejor en el mercado internacional, incrementando así el volumen de nuestras exportaciones.
Para China, la lógica de esta idea es más que evidente. Tanto es así que, en el 2013, Xi Jinping propuso el llamado proyecto del siglo: “Belt and Road Initiative” (BRI). Esta iniciativa consiste en una conectividad regional e intercontinental, a través de puertos, ductos, infraestructura logística y telecomunicaciones. El programa comprende dos componentes: The Silk Road Economic Belt – una red ferroviaria que conecta Asia Central, Asia del Sur, Rusia y Europa – y The Maritime Silk – una vía marítima que conecta el Sudeste de Asia, el Sur del Pacífico, Medio Oriente, África y Europa. Hasta el momento, hay 70 países pertenecientes al proyecto, que representan cerca de un tercio del PIB mundial.
Este plan multimillonario pretende desafiar el transporte internacional de las mercancías, especialmente en la zona de Eurasia. La principal ventaja de estas nuevas rutas consiste en incrementar la eficacia con la que se transportan las mercancías, mediante la reducción de los tiempos y costes de la cadena logística internacional. De este modo, crece el ingreso disponible para I+D, generando mayor valor agregado y la oportunidad de conocer el mercado destino, a fin de reducir la distancia psicológica y facilitar la operación de las empresas en destino, con una cadena global de valor. Así, China se consolidaría como el principal socio comercial en Europa y África.
Desde el punto de vista económico, es innegable el impacto positivo a largo plazo que se pretende alcanzar. Al incrementar los flujos comerciales, se atraerán las inversiones hacia en interior del país y se estimulará un crecimiento económico sostenido a largo plazo. Asimismo, China ejercerá su influencia geopolítica dentro de la región. El 43% del total asignado para las inversiones del BRI, se destinan al desarrollo de infraestructura del Medio Oriente. En otras palabras, no es coincidencia que China busque la integración de aquellos países con las reservas de petróleo más abundantes del mundo.
Sin embargo, estas reformas también implican nuevos desafíos financieros y políticos. El retorno de la inversión podría ser negativa. Además, considerando que China está financiando el BRI a tasas de interés muy bajas, mediante el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) a estados pobres y con conflictos étnicos latentes como Kenia, Pakistán y Bangladesh, entonces existe un riesgo de impago muy alto. No obstante, estos efectos, podrían ser mitigados a través de instituciones sólidas y transparencia en las políticas comerciales.
Definitivamente, en un mundo cada vez más globalizado, una buena gestión del transporte internacional es también indispensable para generar ventajas competitivas. Tanto Perú como todo Latinoamérica debería vislumbrar con precisión este tipo de proyectos, pues facilitan la integración regional e internacionalización de las empresas. No cabe duda de que el BRI es una realidad que promete ser el aliado estratégico de mayor impacto en la logística internacional. Por tal motivo, también resulta conveniente evaluar sus posibles efectos en otras dimensiones.