Un notable presidente del Indecopi
Esta semana se cumplen 7 años de la partida de Jaime Thorne León, quien fuera Ministro de Defensa, Presidente del Indecopi (aquí tuve el honor de conocerlo y trabajar con él) y Secretario del Jurado Nacional de Elecciones. Recordar su valioso legado, en el momento actual, permite destacar las lecciones que nos entregó sobre cómo ejercer función pública y dirigir una institución con honestidad, eficiencia y firmeza, lo cual se aplica a todo servicio público en beneficio de la sociedad[1]:
i) Un funcionario público debe tener un plan, plantear objetivos y ser decidido para lograrlos
Asumir la responsabilidad de dirigir una institución pública y asegurar que esta cumpla a cabalidad sus funciones en beneficio de la sociedad exige que el funcionario tenga las ideas claras como ciudadano y como autoridad. En consecuencia, debe construir un plan con un propósito claro desde el inicio de su gestión (sin improvisaciones), que sea comunicado y compartido con todos los colaboradores de la institución. El propósito debe expresar una convicción tan decidida que ellos -convencidos por la legitimidad del plan- lo hagan suyo. No se trata de expresar ideas que suenen bien, se trata de tener un plan.
En su primer día en el Indecopi, allá por el año 2006, Jaime Thorne nos reunió a todos y nos dijo: “Quiero consolidar una institución de excelencia, junto con ustedes”. Así lo cumplió. Desarrolló el capital humano de la institución y su infraestructura. Modernizamos juntos, con un equipo, las reglas sobre protección al consumidor, libre y leal competencia, publicidad, propiedad intelectual, procesos concursales y normas técnicas para facilitar el comercio internacional, a través de los decretos legislativos 1033, 1034, 1044 y otros. Cumplió largamente, sobre todo con lo más importante, que era la captación y la retención del talento humano, así como el merecido estímulo al dedicado personal. Con este propósito, logró superar la muralla del Ministerio de Economía y Finanzas, y habilitar presupuesto para un merecido aumento general de las remuneraciones de los funcionarios (el último que recuerdo en la institución, implementado con decisión y efecto generalizado). Defendía la premisa de que un buen funcionario debe estar siempre bien pagado, a niveles del mercado.
ii) Un funcionario público debe exigir que sus colaboradores no siempre le den la razón y respeta sus autonomías y especialidad.
Dirigir una institución pública exige un permanente cotejo de ideas para tomar buenas decisiones. Exige estimular el análisis crítico de quienes conforman su equipo directivo y lograr el mejor contraste de planteamientos, con el fin de evitar la adulación y la acción errática. Como persona inteligente y con experiencia, Jaime Thorne desconfiaba de quienes siempre procuraban coincidir con él y darle la razón sin reflexión. Siempre me insistía: “Si piensas distinto, tienes el deber de decírmelo, pues debemos diseñar la mejor estrategia. Esa es tu responsabilidad.”
Cuando se dirige una institución con órganos autónomos en su interior (tales como Comisiones, Tribunales y demás órganos resolutivos que resuelven controversias y/o imponen sanciones), quien dirige la institución no debe inmiscuirse en sus decisiones. Jaime Thorne siempre respetó eso. Sin embargo, cuando se cometen errores o excesos, las autonomías no son escudos. Siempre respetó la decisión del órgano autónomo, pero cuando la función no se cumplía debidamente por errores en la acción o por una omisión, los cambios se producían muy rápidamente. “No podemos darnos el lujo de fallar, pues nuestros errores son capaces de afectar la economía de mercado y afectar la inversión, lo que siempre impactará negativamente en el ciudadano”, decía con razón.
iii) Un funcionario público debe poseer una genuina firmeza frente al poder y resistencia a las presiones.
“No tengo ningún miedo a renunciar”. Esta era la frase favorita de Jaime Thorne frente a presiones políticas o a presiones privadas. Nunca se intimidó ante una citación del Congreso, la opinión del presidente del Consejo de Ministros, un requerimiento ministerial o una dura nota periodística. Al dirigir una institución pública siempre existirá incertidumbre sobre el futuro personal y sobre las represalias ante un actuar honesto y de conciencia que pueda incomodar a algunos. El deber de un funcionario público es superior. Significa asumir que uno está a cargo de la defensa de los intereses generales de la sociedad, los cuales coincidirán –a veces- con intereses individuales o no. Sin embargo, estos últimos no deben influenciar a quien dirige una institución. Jaime Thorne, persona decidida y valiente, nunca actuó para quedar bien con alguien.
Las decisiones públicas siempre dirimen entre intereses públicos o privados en conflicto y ello es parte de la responsabilidad que asumen los funcionarios públicos. Ese peso no debe intimidarlos. Por el contrario, debe motivarlos a ser independientes de conciencia. La mayor condecoración es no dejarse asustar.
Esos momentos de conversación con Jaime Thorne, cada vez que empezaba la mañana en el Indecopi, quedaron grabados. Es un deber mantener los propósitos irrenunciables de defender las libertades económicas y, en consecuencia, los intereses del ciudadano. Una vez más, gracias por tu legado, Jaime.
[1] Este post se basa en la nota publicada el 6 abril de 2018, con ocasión del sentido fallecimiento del Sr. Jaime Thorne.