¿Qué demanda la Generación Z a nivel educativo y profesional?
La Generación Z representa a más del 30% de la población global. Esto no es un detalle menor: nos encontramos con una generación que irrumpe con fuerza en el mundo empresarial, ya sea a través de la creación de nuevas compañías fruto de sus emprendimientos o por el talento destacado de sus miembros, quienes poseen múltiples conocimientos y competencias digitales. Justamente, su contacto con la tecnología, con la autoridad y el trabajo no se rige por los modelos convencionales. Por lo tanto, si las instituciones educativas –universidades y escuelas de negocios– como las organizaciones –públicas o privadas– no los comprenden, se exponen a ser irrelevantes.
Este artículo no busca romantizar ni demonizar a la Generación Z. Lo que aspira es a desmantelar los mitos, corroborar ciertas verdades y advertir qué es lo que verdaderamente buscan los miembros pertenecientes a esta generación, tanto a nivel educativo como profesional. Porque, por ejemplo, no basta con tener WiFi rápido y un aula virtual bien diseñada; es necesario transformar el fondo, y no solo la forma.
Mitos y verdades acerca de la Generación Z
Mito 1: “La Generación Z busca todo con rapidez y facilidad”
Realidad: Lo que buscan es efectividad. Están agobiados por la burocracia, por las clases que se prolongan cuatro horas para exponer lo que podría condensarse en un video de 10 minutos. No son indiferentes o relajados: son impacientes con lo que no es imprescindible. En lugar de reprocharlos, deberíamos cuestionarnos por qué continuamos creando experiencias educativas como si estuviéramos a principios del siglo.
Mito 2: “Solo desean laborar a distancia y convertirse en influencers”
Realidad: Desean libertad, no aislamiento. La Generación Z no se obsesiona con el trabajo a distancia, sino con la gestión de su tiempo. Entienden que una oficina puede resultar enriquecedora, siempre y cuando no sea un cubículo gris con muebles de colores oscuros.
Mito 3: “No les interesa el dinero, solo el propósito”
Realidad: Les interesa la ganancia, pero no a cualquier costo. Entienden que la vida es costosa, y que el alquiler no se remunera por “experiencia en el trabajo”. Sin embargo, también declinan empleos que contradicen sus principios. No estarían dispuestos a trabajar en una compañía que consideran “social o ambientalmente irresponsable”, a pesar de que reciban un salario superior. El objetivo no sustituye al salario: lo complementa.
Mito 4: “Llevan la tecnología en su sangre, nacieron con una tablet en el brazo”
Realidad: Hacen uso intensivo de la tecnología, pero no necesariamente de manera crítica. Es posible que ellos manejen TikTok mejor que uno, pero eso no implica que sean expertos en Excel o que entiendan el funcionamiento de un algoritmo. Existen grandes oportunidades para que las universidades impartan habilidades digitales profundas, no únicamente superficiales.
Mito 5: “Se sienten excesivamente resguardados y no soportan la frustración”
Realidad: Están sometidos a una presión ininterrumpida. Redes sociales, constante comparación, crisis de vida a los 20 años. No es que no acepten la frustración: la experimentan diariamente. Sin embargo, buscan entornos educativos y de trabajo donde no se les penalice por fallar, sino donde puedan aprender rápidamente de sus equivocaciones.
Mito 6: “Todos son nativos digitales”
Realidad: Existe una gran diversidad de perfiles en la Generación Z, incluso más que en otras generaciones previas. No es igual una chica peruana de 20 años trabajando de día y estudiando de noche, que un alumno noruego que está estudiando en una universidad top. Es sencillo generalizar; pero comprender los matices es lo complicado. Y las instituciones educativas deben dejar de considerar a todos sus estudiantes como si pertenecieran a una misma tribu techie global.
¿Qué deben hacer las instituciones educativas ante este panorama?
Si la Generación Z está modificando las normas del juego, las instituciones educativas tienen dos alternativas: o se adaptan o se extinguen. De manera sencilla. Adaptarse no implica llenar los salones de clases con tablets ni emplear “influencers” o “creadores de contenido” como docentes. Significa reconfigurar el núcleo del modelo de educación. En esta línea, es indispensable que consideren lo siguiente:
- Mallas de estudio que estén acorde con la realidad. No más cursos teóricos y vinculados al contexto del siglo XX, ni materias que nadie aplica en el día a día en el trabajo. La Generación Z desea entender el propósito de lo que aprende. Y desea certificar competencias específicas: desde la narración de historias hasta la ciberseguridad. Las acreditaciones modulares y los cursos de formación especializados no son tendencia: son indispensables.
- Aprendizaje dinámico, no pasivo. Se requieren de métodos que los involucren: proyectos reales, simuladores, desafíos corporativos, retroalimentación continua. No desean convertirse en consumidores pasivos de contenido (mirar un PPT o solo ver exponer a sus compañeros), sino que buscan ser actores principales de su proceso de aprendizaje.
- Adaptabilidad sin sacrificar exigencia. Las instituciones educativas deben proporcionar itinerarios personalizados, ritmos flexibles, aprendizaje mixto, pero sin reducir la tolerancia. La demanda debe radicar en los logros, no en la inflexibilidad del sistema.
- Asistencia emocional y profesional. Esta generación aspira no solo a adquirir conocimientos, sino también mantener su salud mental bien cuidada. Por ello, es recomendable que puedan brindárseles mentores, guías vocacionales y accesibilidad a redes activas de alumni donde expandan su red de contactos y puedan compartir espacios con profesionales afines a sus perfiles.
- Relación auténtica con el entorno de trabajo. Las universidades deben dejar de imitar a las empresas y comenzar a colaborar con ellas. Incorporar problemas reales, prácticas con impacto, colaboraciones con empresas emergentes, proyectos con organizaciones no gubernamentales. Solo de esta manera se fortalece la posibilidad de empleo.
Ante lo expuesto, el futuro de la educación no puede cimentarse en metodologías pasadas con un “maquillaje contemporáneo”. La Generación Z no demanda una revolución estética; demanda una revolución ética, en la que las instituciones se alineen con los valores que declaran. Esto conlleva no solo a reconsiderar el contenido de lo que se imparte, sino también el papel que desempeña la universidad como lugar de cambio personal y social.
Además, si las universidades y escuelas de negocios aspiran a educar a los líderes del futuro, deben dejar de considerar a los alumnos como consumidores de servicios académicos. Es necesario considerarlos como ciudadanos críticos que cuestionan, contribuyen y poseen una voz que vale la pena ser escuchada. Ese cambio de mirada puede resultar sumamente demandante y complejo, pero es esencial si aspiramos a preservar la importancia de la educación superior.