Fraude...¿Otra vez?
El fraude es un tema que vemos recurrentemente en los noticieros del país y en el biorritmo empresarial a lo largo de la historia económica financiera mundial, el cual se presenta mayormente sesgado hacia el aspecto político y no como un serio problema que afecta a todos los estamentos de la sociedad. Siendo que el fraude impacta a todos los agentes económicos, es decir, a las familias, las empresas, al Estado, entre otros; en esta oportunidad, nos enfocaremos en el fraude ocupacional, aquel que se perpetúa en el marco de una actividad empresarial, y en quiénes lo perpetran.
La Real Academia Española define al fraude como: acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete; acto tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de terceros; delito que comete el encargado de vigilar la ejecución de contratos públicos, o de algunos privados, confabulándose con la representación de los intereses opuestos.
De igual forma, de acuerdo con el Manual de Examinadores de Fraude – ACFE (por sus siglas en inglés), los comportamientos inadecuados se entienden como fraude ocupacional: aquel acto intencional orientado a la privación de bienes materiales o inmateriales, para beneficio propio o de un tercero y comprenden sustancialmente: actos de corrupción, apropiación indebida de activos y fraude de estados financieros o también entendido como manipulación de información financiera
Las acepciones antes mencionadas tienen en común: un perjuicio y la obtención de un beneficio; sin embargo, un aspecto sumamente relevante radica en la persona que lo ejecuta y es allí donde los diferentes autores y estudiosos han dedicado tiempo y espacio para investigar las razones por las cuales se llevan a cabo. El más resaltante de ellos es Donad Cressey (1961), quien desarrolla la teoría que indica que para que un acto fraudulento se materialice, deben estar presentes tres elementos:
Los autores del delito experimentan cierto incentivo o presión que los lleva a cometer el acto deshonesto, para lo cual debe existir una oportunidad que permita cometerlo, y los defraudadores generalmente son capaces de racionalizar o justificar sus acciones. La recesión económica global es tal que cada uno de estos tres factores están más presentes que nunca:
1) Incentivo / Presión
El fraude puede, desde una perspectiva legal/penal, ser cometido por una persona jurídica; sin embargo, su realización son siempre acciones de individuos. A veces se presume que las personas cometen fraude en beneficio propio y, en particular, para obtener dinero. Por ejemplo, se piensa que la gerencia “manipula” la información financiera con la finalidad de lograr los objetivos anuales a los cuales se ha comprometido; no obstante, la realidad es mucho más compleja, ya que el beneficio personal es usualmente un factor; en otros casos, es la reputación e imagen personal. La presión ejercida por los directivos o el deseo de colaborar con el éxito de la organización, puede ser la principal motivación.
El ocultamiento de pérdidas, adelantar ingresos futuros, seguridad laboral, poder o prestigio, pueden ser causas poderosas. La presión de cometer fraude aumenta a medida que las personas se ven expuestas con respecto a la cobertura de sus diferentes necesidades o expectativas, que pueden ir desde las más básicas de alimentación y salud hasta aspectos de realización y desarrollo profesional.
2) Oportunidad
Más allá de generar oportunidades, el cambio, como todos sabemos, es lo único permanente. Sin embargo, lo relevante es cómo la recesión económica está forzando el ritmo de dicho cambio. Las organizaciones que buscan reducir sus costos y gastos deben hacerlo con poco tiempo de reflexión, tratando a la vez de ser ágiles y resilientes; pese a ello, pueden no considerarse aspectos como relajamiento de las actividades de control; así como evidenciar conflictos de segregación de funciones ante la disminución de personal en beneficio de menos costos laborales; siendo que los procedimientos destinados a detectar anomalías podrían ser eliminados.
3) Racionalización
El tercer elemento del triángulo del fraude es la capacidad de las personas, ya sea el personal de operaciones de primera línea o miembros del directorio, de racionalizar un acto fraudulento. A continuación, mencionamos algunos ejemplos de racionalización, basados en la percepción de que el fraude es una moneda corriente, dado que todo el mundo lo hace y no pasa nada, pues si no lo hago yo otro lo hará:
a) “La única forma de obtener contratos importantes es pagando sobornos”.
b) “Manipular el estado de situación financiera o la contabilidad en general no es fraude, es simplemente ser un poco innovadores en la interpretación de las normas contables”.
c) “Esta compañía es sólida; si tengo que cruzar la línea para lograr los objetivos planteados, entonces lo haré”.
d) “Tengo mayores derechos que “x”, así que adelanté ingresos para poder obtener la comisión que merezco”.
e) Y un largo etcétera…
Como ya lo hemos mencionado en otra oportunidad, la forma más efectiva de gestionar este tipo de situaciones es considerar como base la definición y establecimiento de una estructura de gobierno corporativo acorde con la industria y las necesidades de una empresa, que vaya evolucionando de acuerdo con su madurez y ciclo de vida. En ese sentido, se debe considerar como uno de sus pilares de vital importancia el cumplimiento de tres principios fundamentales:
1) Gestión integrada de riesgos con base en un marco de referencia de control interno y de gestión de riesgos y cumplimiento; incluyendo la implementación de un modelo de prevención de acuerdo con la Ley 30424 en el caso peruano
2) Establecimiento de un área independiente de auditoría interna
3) Contar con auditorías financieras llevadas a cabo por auditores externos
Finalmente, debe enfatizarse que una activa participación del directorio define el éxito en la gestión del riesgo de fraudes en sus organizaciones. Recordemos que “en arca abierta hasta el justo peca”, aforismo popular bíblico que llevado al quehacer empresarial, nos enseña que dada la naturaleza humana, en un ambiente de trabajo debe evitarse situaciones que faciliten la comisión de fraudes.