¿Y dónde está la responsabilidad social empresarial?
¿Hay alguna diferencia entre los “beneficios” que logra un raquetero cuando, amenazándote con un arma, te pregunta “¿la plata o la vida?” y los que obtiene un mal empresario que “apuntándote” con un tanque de oxígeno, una mascarilla o un blíster parece hacer la misma pregunta? Enfáticamente, la respuesta es NO. Sin embargo, esta situación se está presentando aquí y ahora. ¿Dónde quedó la responsabilidad social empresarial? ¿A dónde se fue o es que acaso nunca estuvo presente? ¿Dónde está esa delgada línea que separa el lucro desmedido mal habido, la especulación y acaparamiento como comportamiento delictivo, de la rentabilidad obtenida bajo la ley de la oferta y la demanda en una economía de libre mercado?
La responsabilidad social empresarial comprende la contribución activa y voluntaria al mejoramiento económico, social y medio ambiental de la sociedad en su conjunto, lo cual, sin la menor duda, permite a las compañías optimizar su situación competitiva y comparativa en el mercado. Adicionalmente, implica la aquiescencia y los valores de los gestores organizacionales. Si el objetivo de estos últimos es lograr las mayores utilidades sin considerar los medios o consecuencias de sus transacciones, entonces poco o nada se podrá decir sobre la responsabilidad social empresarial alineada con la estrategia y cultura organizacional que debemos cultivar y preservar.
Esta implica, entre otros aspectos, desarrollar acciones que contribuyan al bienestar y prosperidad de las personas, no solamente de aquellas que laboran en la empresa, sino de todos los miembros de la comunidad. No cabe duda que una clara identificación de los stakeholders vinculados a la organización (accionistas, directores, empleados, órganos reguladores, entre otros); permite reconocer las expectativas de cada uno y alinearlas para beneficio de todos los involucrados, la compañía incluida.
La responsabilidad social empresarial no debe confundirse con el trabajo filantrópico de ciertas organizaciones, como las beneficencias u organismos no gubernamentales, cuyos objetivos están dirigidos a la prestación de soporte a ciertos grupos sociales en determinados periodos de tiempo, sin ningún afán de lucro de por medio, más allá de una labor de beneficio a la comunidad. He ahí la gran diferencia con la actividad empresarial (privada o pública) que sí tiene un fin de lucro.
Contribuir con la sociedad no se reduce a producir artículos o servicios buenos y comercializar productos de calidad, sino también implica la búsqueda del bienestar de la comunidad en su conjunto y lograr utilidades razonables. Estas pueden ser muy altas o muy bajas; pero nunca deberían ser anormalmente altas como consecuencia del lucro desproporcionado o la explotación de las necesidades vitales de los consumidores.
En la aritmética social, la especulación y el acaparamiento siempre resultan en un mal negocio, ya que la suma de los beneficios de unos cuantos tiene un resultado negativo en la suma total de la sociedad, ya que luego nos obliga a discutir sobre control de precios, algo dañino para la libre competencia, y a cuestionarnos por qué tiene que involucrarse el estado en la comercialización de productos o servicios, si eso le corresponde a la actividad empresarial (privada o pública), o por qué se otorga tantas facilidades a los importadores, destruyendo la industria nacional.
La responsabilidad social empresarial va más allá de cumplir con leyes y regulaciones, porque son mandatorias o por mantener una imagen no real de la compañía. Tiene también mucho que ver con la “moral y los valores” de los gestores, los cuales se reflejan en la visión y misión de la empresa. Sin ello, la compañía sería miope, con una visión de muy corto plazo y conllevará a una clara afectación de la sostenibilidad.
Ser una empresa socialmente responsable demanda un robusto gobierno corporativo que actúe consecuentemente con sólidos valores éticos y morales; y una gestión de riesgos alineada a la estrategia empresarial y a sus controles asociados, con un estricto cumplimiento normativo. Todo esto permitirá que la compañía sobreviva, que se superen momentos críticos, como este, y que se evite una nueva versión conductual empresarial tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde, más aún cuando está en riesgo el bien más preciado de la persona: la vida.